jueves, 23 de octubre de 2014

HOMENAJE AL CORONEL RAFAEL FRANCO (ASUNCIÓN 22-X-1896 Y 15-IX-1973) EN EL 118 ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO: LA ESPADA PARAGUAYA MÁS TEMIBLE Y TRIUNFAL EN LOS CAMPOS DE MARTE DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935), SEGÚN EL MERECENARIO PRUSIANO HANS KUNDT AL SERVICIO DE BOLIVIA

Foto: Gentileza de Gloria D. Franco Pérez

Franco es el paradigma del capitán glorioso y transhistórico, de una única Patria pero de todas las épocas y lugares. Sus hombres no podían sino emular el ejemplo del jefe-camarada.

No necesitaba dar órdenes, pues su coherencia entre el pensar, el decir y el ser, a lo largo de la propia existencia, tenía la virtud de generar acatamiento
libre y disciplinado, en la misma guerra. En contrapartida eso le obligaba de manera natural a ser hoy siempre mejor defensor del pabellón tricolor que ayer, e inevitablemente menos que mañana. No era perfecto ni aspiraba a ello, pero no disfrutaba del humano errar, que no hizo excepción en alguien tan prístino ser humano como él. No soportaba el error en los demás y mucho menos en sí mismo.

Por eso no ordenó defender su presidencia provisional con las armas del pueblo en contra del pueblo, cuando su antiguo camarada, el coronel Ramón L. Paredes, en contubernio con los liberales de entonces, que lo eran honesta y gloriosamente, sobre todo entre 1924 y el golpe militar revolucionario del 17 de febrero de 1936. Este estallido de un largo proceso histórico hizo que del exilio en Buenos Aires Franco regresara, sobre todo al Paraguay, y después al Palacio de López.

Ese golpe que derrocara a uno de los dos estadistas que el Paraguay tuvo en el siglo XX (el presidente de la Victoria de la Epopeya del Chaco, el doctor Eusebio Ayala, 1932-1936, y el otro fue el también docto doctor, y no de la “Universidad de Pilar”, Eligo Ayala: 1924-1928, según mi jamás infalible criterio), sin continuidad hasta el presente…
El golpe militar revolucionario del 17 de febrero no fue uno victorioso, pues los liberales ya habían sido derrotados como muy inestable y atrasado régimen político en los cañadones del Chaco, cuando el pueblo se sintió multitud con conciencia de su identidad social y nacional de mayoritario sector social subalterno. El presidente Ayala, el día en que le fuera conferida por el congreso unipartidista liberal, la merecida medalla de la Cruz de la Victoria del Chaco (creo que un jueves 4 de octubre de 1935, si mal no recuerdo, pues cito de memoria), les anticipó a sus tan sordos como ciegos e imprudentes correligionarios, en su inmensa mayoría, en un sabio mensaje, que no buscaría la reelección en 1936 porque la Ley Suprema no la contemplaba, advirtiéndoles que si los liberales no se ponían al frente de los impostergables cambios socio-económicos, político-institucionales y culturales y cívicos por los que el Paraguay clamaba, la historia les arrojaría de ella.
Les explicó el pacifista y guerrero (¡cada cosa a su tiempo, ni antes ni después!) presidente Ayala, a los parlamentarios de su partido, que en las trincheras de la guerra nuestro pueblo había experimentado la revolución de las expectativas (concepto que la teoría sociológica hemisférica recién estudiaría desde los años de la década de los sesenta de este siglo) y agregó que ganar una guerra, a la postre, resultaba más fácil que transformar las estructuras, empezando por las mentales, en una sociedad y régimen políticos tan conservadores como el nuestro.

La historia le dio la razón y los revolucionarios de febrero no fueron capaces de dar el tratamiento que merecían, por sus propios méritos y servicios distinguidos a la Patria, al depuesto presidente Ayala y al también prisionero político general de Ejército por méritos de guerra, José Félix Estigarribia. El primero el conductor estratégico político-diplomático y el segundo el comandante en Jefe de nuestro glorioso Ejército Paraguayo, ambos forjados en el teatro de operaciones.
(¡Los soldados de entonces, incluyendo a sus jefes, no tenían miedo de lanzarse a los montes y recibir las descargas de sus pares también heroicos enemigos bolivianos, como ocurre hoy con una FTC que jamás nos hubiese dado las victorias de Boquerón y la de Campo Vía, por citar tan solo dos de innumerables fechas victoriosas!).La clarividencia de Franco era la del jefe-combatiente que nunca buscó la gloria, y mucho menos a costa de la vida de sus heroicos soldados, y que desapegado del poder fue el primer auténtico reformador social del Paraguay, grande humanamente en esa cumbre para muy pocos elegidos por ellos mismos, capaces de superar la propia finitud porque jamás aspiran a ser hombres de mármol, de bronce o de acero. Les basta con ser verdaderos seres humanos de carne y hueso pero con sentido correcto y heroico de trascendencia. No les basta con vivir, por encima de todo, buscan el ser que vence a la materia perecible.Para saber quién y qué era y sigue siendo Franco, hay mucha gente infinitamente más preparada y con mejores aptitudes que mi humilde mochila. Es el caso del destacado escritor (“Follaje en los ojos”, por ejemplo), ciudadano de principios, “febrerista” de afiliación y convicciones y brillante intelectual y de pluma periodística excepcional que fuera José María Rivarola Matto (Asunción, 18 de diciembre de 1917 y 13 de setiembre de 1998).

Su artículo antológico, titulado tan solo “Rafael Franco” (quien lo fue no necesitaba más que su propia dignidad, para ser recordado y hoy evocado), apareció en el periódico “Trinchera” de nuestros héroes sobrevivientes de la
Epopeya del Chaco, en sus ediciones sucesivas de setiembre y noviembre de 1973. Creo que en el Paraguay desdichado de traidores a la Patria paraguaya Humanidad y al ideal democrático, no existe una pluma como la del ilustre compatriota que también fuera José María Rivarola Matto, otro paraguayo de tiempos idos. Léanlo y comprobarán que el mejor elogio para su autor es incapaz de retratar la inmensa valía literaria de este digno biógrafo de Franco:

RAFAEL FRANCO

Si los hombres fuesen justos, Rafael Franco no hubiera muerto casi abandonado; si los pueblos lo fuesen, no moriría jamás.

Pocos -tal vez ninguno- hizo tanto por la recuperación material y moral del Chaco, como este varón ilustre y humilde, en su momento, la flamígera espada agresiva del Paraguay en armas.

Bajo su mando el soldado paraguayo fue siempre excepcional, porque requiriéndole hasta el límite, lo puso una y otra vez ante la posibilidad de la victoria.

La guerra tiene azares, pero también tiene su razón, y aún la razón imponderable, que no cuenta la intendencia, pero que suma y resta la sensibilidad del genio militar.
Las batallas se ganan con los restos de organizaciones al borde del colapso, en la angustia de informaciones inexactas, de órdenes aproximadamente interpretadas, sobre terreno más o menos conocido.

La gana el comando que aprecia mejor la situación confusa, que yerra menos y emplea con más acierto sus últimos recursos. La gana el hombre cuyo magnetismo polariza un gran desorden, quien infunde a sus soldados un miedo moral, mayor que el miedo material que inspira el enemigo.
Los conductores de esa estirpe no reciben sus galones por escalafón y antigüedad, traen sus estrellas conferidas por el Hado.

Alejandro, Aníbal, Julio Cesar, Napoleón, Rommel, Franco, son generales de raza, se los nombra sin títulos, a secas, sin referencia a decretos de gaceta oficial.

Rafael Franco quedará en la historia militar de América, por su limpia retirada de Saavedra, en condiciones de dificultad excepcional; por la agresiva resistencia de Gondra; el sorpresivo rompimiento del frente que precipitó la victoria de Campo Vía; por la arrolladora ofensiva del II Cuerpo, engarzando una serie de triunfos que ubicó a nuestro ejército a la vista de Carandayty; por la maniobra en retirada de la gran unidad, ante la abrumadora presión de las fuerzas comandadas por el coronel David Toro, tres veces superior en hombres y armamentos; su contragolpe de Yrendagüé, el movimiento táctico más audaz, enérgico y de consecuencias morales más demoledoras de la Guerra del Chaco.

Las órdenes de operaciones que llegaban, con una minuciosidad inexplicable, no se sostendrán como testimonio, por esa misma causa. Las
acciones no coinciden con los planes; los estrategas lo saben desde siempre. Tolstoi lo formula magistral memorando Borodino, y Rafael Franco lo confirma con el simple comentario de los hechos, en su pequeño opúsculo "Dos Batallas", con algunos capítulos de admirable vuelo.

Hombre de tal calibre no resultaba fácil de manejar. Los conductores natos, son malos conducidos. Les apremia la compulsión creadora que se conforma poco con la indispensable disciplina, y su secuela no querida: rutina y mediocridad.

El general Estigarribia, inflexible en otros casos, lo toleró hasta el fin, demostrando su grandeza. Era como tener un tigre cogido por la cola, con la única ventaja que estaba siempre rampante de cara al enemigo.

Sus ataques, asaltos, maniobras, contra maniobras y despegues de último momento, levantaban la seria admonición de los prudentes, y de los que no podían perdonar el éxito. Le imputaban asumir riesgos temerarios que ponían en peligro la suerte del ejército y la propia guerra.

Lo cierto es que su mando, que colmó la aspiración patria al cruzar el
Parapití, jamás cedió una escuadra al enemigo sin sopesada necesidad. No exigió inmolaciones inútiles. Sus órdenes claras y tajantes imponían sacrificios sobrehumanos, no para la muerte, sino para la vida y la victoria.

Si el destino hubiese querido que comandase todo el ejército en campaña, quien sabe sobre qué picacho andino se hubiese firmado la paz. Pero si nos permitiésemos esa conjetura, también debemos admitir que le faltaban aptitudes políticas para convivir con una organización civil, conservadora por naturaleza. Un alto comando es un punto crítico de fricción y transacciones. La oportunidad no se dio para emplear con éxito la virtud sobresaliente de la raza, que hasta hoy sólo le ha permitido subsistir: su valor militar.

En el acto del sepelio, cuando sus viejos oficiales y soldados se consolaban recíprocamente haciendo el interminable elogio de sus hechos y virtudes, el batallón destinado a rendirle honores, apresuró el trámite de la descarga y se marchó al cuartel. La administración del cementerio no encendió luces para abreviar discursos.

Incomprensiones explicables en quienes habituados a la sombra y granjerías menudas de la gloria, no saben ni imaginan cuan grande, generoso y refulgente brilla el sol (1).
(1) JOSE MARIA RIVAROLA MATTO. Publicado en Trinchera, números correspondientes a los meses de Septiembre y Noviembre de 1973.

JLSG
Asunción, a 23 de octubre de 2014


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