Conmocionó al mundo de la condición humana siempre en peligro el cruento atentado terrorista del miércoles 7 en París, que sin contar los heridos graves costara la vida a una docena de personas (periodistas, dibujantes, empleados y visitas) en la sede del agresivo y brutalmente desenfadado periódico satírico “Charlie Hebdo”. Como correspondía, y en el marco legal y legítimo de las leyes constitucionales, las autoridades francesas de inmediato pusieron a sus fuerzas policiales antiterroristas, y a la seguridad pública y su inteligencia, en estado de guerra. A una guerra no declarada no se le declara la guerra: se la fulmina con la fuerza legal y legítima del Estado.
El crimen colectivo (el sábado 9 el terrorismo yihadista, el de la “guerra santa” de los extremistas islámicos, ya sumaba veinte muertos) fue perpetrado por verdugos suicidas, ligados al resucitado Al Qaeda y al Califato Islámico, este el de las decapitaciones colectivas y mediatizadas.
Pero la sangre inocente derramada aún no había coagulado cuando en el planeta, voces de “biempensantes y humanistas” (las de siempre, las de los adoradores de los genocidas Fidel Castro y críticos acerbos de la menor represión de las “clases dominantes”) empezaban a justificar la carnicería colectiva y a sangre fría, arguyendo que las víctimas fatales de París (los “periodimoristas”) se lo habían buscado, al no haber respetado la sagrada figura de Mahoma, profeta de Alá para los islamitas. Otro caso muy peligroso de revictimización de víctimas de la violencia, la “partera de la historia”, fundamentalista es islámica en este caso.
Con tal criterio también podría argumentarse que, cuando Pablo Medina fue asesinado en nuestra tierra, con premeditación y alevosía, lo tuvo bien merecido. Por haber osado informar desde sus artículos periodísticos, a autoridades ciegas, sordas y mudas (cómplices por omisión, las más, y también por comisión, no pocas), y a sus compatriotas que todavía no somos ciudadanos plenos, que el poder fáctico de la narcoactividad se estaba apoderando de porciones cada vez mayores de nuestro deplorable, y en extremo ineficiente y corrupto, aparato de Estado.
Las crónicas del periodista asesinado meses atrás, todavía impunemente, y publicadas por años en “abc color”, con la técnica de la gota de agua que todo lo horada, llamaban la atención acerca del narco poder fáctico en Paraguay, la cleptonarcocracia en proceso de reproducción ampliada nacionalmente, desde los poderes locales y regionales. Todo muy “maoísta”: desde la periferia (el campo) a la ciudad, el núcleo del aparato de Estado.
La cleptonarcocracia local, ya hacía tiempo había trastrocado por completo los valores en nuestra sociedad, en la que el ébola de la narco economía, justicia y poder ya contaminaba el mundo politiquero-partidocrático. Con su incontenible poder de compra, y si no era suficiente con metralla criminal. Esta es la que vertió la sangre de un gran periodista paraguayo contemporáneo y de su inocente acompañante. Pablo Medina es en verdad un mártir cívico del Paraguay pos 1989, y sin incurrir en las ironías de un humorismo sin figuras o instituciones intocables, él nos legó el sacrificio de su vida en el altar de las libertades de pensamiento y expresión. Sin ellas no hay humanismo, que para existir requiere de manera imprescindible de su versión local, patrias no chovinistas y tampoco xenófobas…
Para leer el artículo completo entre al enlace bit.ly/17BDjuh
JLSG
Asunción, a 10 de enero de 2015
Asunción, a 10 de enero de 2015
0 comentarios:
Publicar un comentario