Narración de José Luis Simón G.
(Este ejercicio elemental de redacción se ofrece en amistad a una
muchacha-mujer, porque alguna vez dedicó un poema a un desolado
exiliado paraguayo, en tiempos de otro cólera, minúsculo en
comparación con el actual, el del “castro-bolivarianismo”).
Una majestuosa y serena puesta del sol, desde los malecones de la Costa Verde, Miraflores, Lima, Peru, un día de mayo de 2011 (Fotografía bajada de Google: ©richardkohler.com y con el siguiente correo: www.richardkohler.com).
Uno
No puede creer que estén hablando, después de tanto tiempo de caminos que jamás volvieron a cruzarse. Y sí, es él, pero otro también. La misma voz pausada y plena, grave ya entonces, más ahora, que envuelve siempre, y con las palabras adecuadamente moduladas, para servirles de cabalgadura a lo que decía/dice, bien pronunciadas, sin la menor afectación, y con ese dejo tan suyo, propio, personal... A veces bajaba tanto el tono que tenía que esforzarse para escucharlo. En un pantallazo constata que la nieve del tiempo ya se hizo sentir en esa cabeza, ahora de pelos algo largos y en ordenado desorden, en ebullición permanente como la vez de la despedida, cuando él le entregó el departamento donde se refugiaría un tiempo con su pequeñuelo, concebido amorosamente cuando aún no vislumbraba el desengaño de su primer pareja. Observa que el rostro se le ha agrandado por la barba, ni corta ni desprolija. Le encanta verlo sólido en su madurez y sin las señales de quienes ya han sucumbido a ellos mismos. Desde luego, no es el jovenzuelo alto, delgado de pelo castaño y crespo que sobre los labios ensayaba el bigote que llegaría a ser un día. Décadas pasaron desde aquél primer encuentro en los jardines encantados y bien cuidados del campus de la universidad, en Fundo Pando, antes de eso un inmenso arenal sembrado de piedras de todos los tiempos, en la sequísima costa que Lima casi desconoce. Ese oasis estallaba en colores durante las pocas semanas primaverales con días en que el cielo no estaba con ese sempiterno gris ceniciento, al que agravaba la tenue garua, esa que a Zavalita (el de “Conversación en La Catedral”) le hacía sentir sobre el rostro como molestas patitas de zancudos o algo así. Ella revive su mirada penetrante que siempre buceaba más allá de cada encuentro, a veces lidiando con fantasmas (era cuando se le oscurecía más que un poco el semblante, en ráfagas repentinas de duración variada), y que en ciertas ocasiones la envolvía por completo con los deseos contenidos de entonces. En tales ocasiones se le encendía el rostro con el rubor inocultable del ser deseada, que casi la incendiaba, fuego que ambos nunca llegaron a desatar. ¿Por qué? No lo supo ni lo sabe. ¡Tantas veces se lo preguntó cuando en algún recodo de su propio camino trataba de cicatrizar la última herida del alma! ¿Lo sabía, sabrá él? ¿Se lo habría preguntado a veces?
Dos
El tampoco cree estar con la muchacha de límpidos y deslumbrantes ojos glaucoazulados, en los cuales, bastante tiempo atrás, los suyos sin obstáculo alguno se abrían paso, hasta esa otra alma anhelante: pero siempre se quedaron sin traspasar los límites, los de ella, los de él. Ahora, en el reencuentro siente que ya no es aquél joven, aunque sigue siéndolo todavía, en más de un aspecto. Es la continuación y cambio de las propias vidas de un solo hombre, quien en el presente se asoma a las transparencias nunca olvidadas, pero que son ya las de la plena mujer que es desde hace tiempo, y que también sigue siendo ella, la más hermosa joven entre tantas bellas del campus de Fundo Pando, la de los “jeans” y los jersey más ajustados de toda la universidad, que resaltaban sus formas naturalmente voluptuosas, propias de la estética de ese tiempo. ¿Quién se creía que era el tipo ese de otras tierras para acaparar la atención de la niña de los ojos de tantos galanes despechados, quienes no sabían que él, el extraño sujeto, tampoco conocía cuál era su estado sentimental en el corazón de ella ni el de ella en el suyo?
Tres
En fin, desde la primera vez hablaron de tantas cosas y recordaron a amistades tan queridas que el tiempo siempre se les hacía corto. Y empezaron a escribir su propia versión de en busca del tiempo perdido, pero como amigos cálidos, con sabor a ese caramelo suave y agridulce de quienes continúan decididos a sentir cada instante de la propia vida. Ella se siente instalada en su matrimonio y familia. Y él mantiene su decisión, y nada parece que vaya a cambiarla por lo menos en un tiempo corto, de no prometerse un próximo encuentro sentimental y mucho menos (la frase es de Borges o de Octavio Paz, más pareciera del primero) mentirse uno último.
Cuatro
Y se siguen encontrando como amigos muy cercanos que buscan el bálsamo de las afinidades ahora electivas. Entre otras razones porque, cuando ya dejaron de verse, a raíz de que él se marchara del Perú, décadas atrás, para escribir viviendo su propia vida, ella le dijo que en cierta ocasión le había dedicado un poema, después extraviado en alguna parte, en esos tiempos de inestabilidad que al final no era tanta como la del presente. Quedó muy emocionado, al enterarse de ello, que si para el equilibrio del universo el hecho careció de la menor importancia, para él en modo alguno era así. Le prometió que lo narraría en uno de sus relatos, que los perpetra solo para él, y que no comparte con nadie, pero que cuando lo hiciera rompería su costumbre, por esta vez, en su homenaje y después de publicarlo en un espacio que generosamente otra amiga ha abierto, incluso para soportar esperpentos dudosamente literarios como los suyos, él se lo leería a ella. Quienes saben algo de esto comentan que las cuartillas han sido borroneadas ya y que ahora mismo los pone alguien en el sitio de Nila. Después de subidas a la red, solo faltará que ella lo escuche cuando él se lo lea.
Cinco
La moraleja, si se permite el arcaísmo en tiempos "posmodernos”, es que la vida nunca debe ser apenas el transcurso del tiempo. Por ejemplo lo evidencia el que la palabra del presente, que se proyecta hacia el mañana, nos convierte en contemporáneos del propio pasado, pero con la capacidad de volver a disfrutarlo en su esencia, y sin con ello suplantar o impedir lo que todavía debe ocurrir.
Nota:
Todo surgió cuando ya era casi medianoche, el resultado de un otro momento de reencuentro consigo mismo, de quien les impone acerca de todo esto, y que cuando se produce tiene este tipo de resultado, aunque por lo común nadie se entere de ello, excepto el perpetrador. Haciéndole caso a Nila López, y siempre sonrojado, hoy el escribidor estas líneas a la consideración de Uds., amigas y amigos.
JLSG
Asunción, a martes 22 de enero de 2013D
Código del artículo: NLM2
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