lunes, 24 de diciembre de 2012

Estas “preces profanas” las dedico a mis queridos amigos y amigas, del Paraguay y el mundo, recordando a la Patria, la de cada quien, pues una y todas son en pequeño la Humanidad, que debemos cuidar desde sus raíces, hundidas profundo en las aldeas y entrelazadas en la Tierra, la casa común




Un amanecer en algún recodo del río Paraguay, que nos invita a comprometernos con el ideal de un Paraguay mejor, nuestro aporte para la Humanidad, la Patria de todos los seres humanos (Fuente: Google, del portal “Turismo en Paraguay).


La Navidad es para mí el amanecer cotidiano de la vida íntegra, con todos sus desafíos y promesas, y quienes somos creyentes bautizados en la fe católica (a pesar de tantas iniquidades, incoherencias y contradicciones de los que se dicen pastores de la grey, como ocurre en cualquiera de las tres grandes ramas de las fe monoteístas: judaísmo, islamismo y cristianismo, o en las demás creencias religiosas existentes), celebramos todos los 24 de diciembre la Nochebuena, en la cual nuestros corazones y voluntades deben renovar su compromiso de bien, con el tiempo que vivimos en cada lugar del planeta, nuestra casa común. La sencilla y profunda ceremonia la hacemos en familia, en la Patria de nacimiento o en la que escogimos para realizarnos como seres humanos entre los demás.

Es ese mi significado personal del nacimiento del buen Dios, el niño Jesús que nació hecho hombre para redimirnos, recordándonos así que la condición humana tiene sus exigencias de valores fundamentales, los cuales no solo deben ser enunciados sino sobre todo realizados, de manera sistemática, incremental y a lo largo del tiempo. Esto nos une, en buenos propósitos y mejores acciones –pues obras son amores y no meras razones–, a creyentes y no creyentes (ateos) y  agnósticos, entre los cuales muchas veces encontramos a personas que se comportan como los mejores hijos del buen Dios (aunque no lo sientan así), pues abundan en la religiones los acostumbrados apenas a pronunciar las oraciones, como rito mecánico, sin vivirlas desde el ejemplo.

En algunas etapas de mi vida, la cercanía del 24 de diciembre me encerraba en mí mismo, sintiendo muy profundamente aquella lírica tan terrible de César Vallejo (1892-1938, seguramente una de las cimas de la poesía mundial contemporánea) cuando todo su ser llora inconsolable:

“Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios;/ como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma... ¡Yo no sé! // Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras/ en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte./ Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;/ o los heraldos negros que nos manda la Muerte. // Son las caídas hondas de los Cristos del alma/ de alguna fe adorable que el Destino blasfema./ Esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. // Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como/ cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;/ vuelve los ojos locos, y todo lo vivido/ se empoza, como charco de culpa, en la mirada./ Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!” (del  poemario “Los heraldos negros”, publicado por primera vez en 1919).

Pero uno ajusta cuentas con su propia vida y ya desde hace tiempo la Navidad no me causa tristeza, no me deprime. Por el contrario: me transmite la calma y piedad de las preces atesoradas de mis seres queridos mayores: ¡padre, madre y todos, en la familia extensa de antaño, en la que a los abuelos y abuelas de sangre se sumaban también otros, los familiares de cariño de la gama inmensa del parentesco de las afinidades electivas! Aquellas preces son las oraciones que nos inculcaran desde su diario vivir, coronadas, año tras año, en el templo de la familia reunida alrededor del pesebre, en la Nochebuena, que se ilumina en la Navidad.

Esto me hace recordar la primera vez que abandoné el hogar familiar, siendo joven (tenía 17 años cumplidos) y padre y madre me hicieron llegar (¡sabe el buen Dios cómo!) la “Simple oración” de Francisco de Asís (1181/2-1226), que habían encuadrado y tenía su sitio de preferencia en uno de los estantes de la siempre bien provista y variada biblioteca que con mucho sacrificio lograran formar. El pequeño cuadro estaba encima de “El pobre de Asís” (1956) del escritor griego Nikos Kazantzakis (1883-1957).

Esa prez del padre de los franciscanos, dice así: “Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz./ Donde hay odio, que lleve yo el Amor./ Donde haya ofensa, que lleve yo el  Perdón./ Donde haya discordia, que lleve yo la Unión./ Donde haya duda, que lleve yo la Fe./ Donde haya error, que lleve yo la Verdad./ Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría./ Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz. // Oh, Maestro, haced que yo no busque/ tanto  ser consolado, sino consolar;/ ser comprendido, sino comprender;/ ser amado, como amar. // Porque es dando, que se recibe;/ Perdonando, que se es perdonado;/ Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna”.

Esa oración me acompañó por todo el mundo, sobreviviendo a desastres y derrotas que proseguían en persecuciones inicuas y muy duras, y después de tantas travesías regresó con/en mi vida a la Patria paraguaya en 1984, ocupando su lugar en la última biblioteca (varias otras las perdí en diferentes naufragios), y que es la que me acompaña desde entonces.

Y puesto que de libros se trata en este momento tan especial de cada doce meses, que es el motivo de las líneas que estoy compartiendo con ustedes, me permito recordarles que el gran escritor británico Charles Dickens (1812-1870) nos regaló una novela corta (trata de la humanización de una mala persona por el espíritu navideño), editada por primera vez en 1843, con el título en inglés de “A Christmas Carol” y que en español suele publicarse ya sea como “Canción de Navidad” o “Un cuento de Navidad”.

De nuestro gran e inolvidable poeta José Luis Appleyard (1927-1928), texto que ahora no logré encontrar, les recomiendo “Así es mi Nochebuena”, uno de esos cantos suyos en que él es él mismo, el verdadero ser humano esencial, que por lo general se disfrazaba de poeta e intelectual, que lo era y de los buenos, sin ninguna duda. Pero en su poética, personalmente para mí, lo mejor de su vendimia se encuentra en esos registros en los que su sensibilidad de artista pulsa la lira “en busca del tiempo perdido”, y lo hace sin la menor afectación, pues no escribe para los demás, sino para los ángeles tutelares que nunca le abandonaron, por más existencialista que haya sido su apariencia en vida.

No recuerdo quién me lo dijo por primera vez, ni cuándo ni dónde o si lo leí en alguna parte. Lo cierto es que el pensamiento se me grabó a fuego en el alma y desde entonces lo recuerdo año tras año: “¡Que la paz y la alegría de la Navidad nos duren todo el año nuevo!”. Es el deseo que comparto con Uds., mis amigas y mis amigos. “De corazón a corazón”, como decía aquél recio varón y auténtico franciscano, Josué Arqueta, de cuando Radio Cáritas no era “Universidad Católica” y no perpetraba arbitrariedades como en la actualidad, y de cuando los derechos humanos no eran una industria ideológica sin chimeneas, para el enriquecimiento de tantos de sus burócratas de hoy, ávidos de lo que sea, y siempre lejos del amanecer.


JLSG
Asunción, a lunes 24 de diciembre de 2012
Código del artículo: NAV2

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