jueves, 20 de diciembre de 2012

Entre inconsecuencias del desgobierno actual, y trampas “lugo-bolivarianas”, la delgada cornisa por la que transita nuestra política puede quebrarse en la violencia, incluso la terrorista, peligro sobre el cual nos advierte Vargas Llosa, a propósito de las “Memorias de un soldado desconocido”





Fuente: Ilustración de Fernando Vicente (www.elpais.com, domingo 16 de diciembre de 2012)


Uno de los más recientes artículos periodísticos habituales, y de difusión mundial, del notable escritor peruano Mario Vargas Llosa, se ocupa del siempre actual problema de la violencia generalizada en indiscriminada, propia del terrorismo, el “revolucionario” o de “ingeniería histórica,” y el del Estado, las caras principales de un proceso de descomposición radical de una sociedad, que estalla en un momento determinado, pero después de la correspondiente gestación. Tales trágicos fenómenos nunca surgen de un cielo transparente e iluminado por las estrellas…

El contenido de “El soldado desconocido” (“El País” de Madrid, domingo 16 de diciembre de 2012: para acceder al texto completo en la red utilizar el primer enlace, abajo, al final), es el título del artículo de Vargas Llosa, tiene un gran interés para nosotros, porque la violencia política que predominó históricamente en el Paraguay, nos sigue amenazando, pero con la novedad, ahora, de sus componentes externos.

En el corto plazo escapamos aquí, y por poco, a una nueva edición de los tradicionales estallidos de sangre y fuego, de destrucción generalizada, gracias a la destitución del entonces presidente Fernando Lugo, por el juicio político constitucional, legal y legítimo, de junio pasado. Fue nuestra primer crisis de Estado, en doscientos años de vida republicana, superada institucionalmente.

Puesto que el peligro de la violencia en Paraguay no ha desaparecido del todo, y tiene incluso manifestaciones terroristas en desarrollo, también pende sobre nosotros la inevitable aparición del terrorismo de Estado. Todo esto vuelve más interesante las reflexiones que mencionamos del Premio Nobel de Literatura (2010). Vargas Llosa las escribió a partir de la lectura de la autobiografía, entre narrativa y testimonial, de un niño indígena-campesino y terrorista, de los Andes peruanos (específicamente del explosivo departamento de Ayacucho), Lurgio Gavilán Sánchez.

Su azarosa vida es increíblemente real, aunque pareciera salida de una muy buena ficción literaria, pues el protagonista primero es soldado-suicida de la banda terrorista “Sendero Luminoso”. Único sobreviviente después de una emboscada tendida por el Ejército Peruano (EP) a un grupo de senderistas. El teniente al mando del grupo de combate le persona la vida por ser un niño de 15 años. A partir de entonces Lurgio hace su servicio militar en una de las unidades antiterroristas del EP, pero años después de retira de filas.

Lo hace para convertirse en seminarista franciscano en el Perú, en el muy antiguo convento de Ocopa (Concepción, Junín), el que también abandona con sus hábitos talares, sin haber profesado los votos sagrados. Incursiona entonces en los estudios de antropología, primero en universidades peruanas, hasta llegar a doctorarse en una de México. Es cuando publica su libro en el Perú (“Memorias de un soldado desconocido” (IEP, Lima, 2012).

“Todos los jóvenes que aún creen que la verdadera justicia está en la punta de un fusil deben leer la autobiografía de Lurgio Gavilán Sánchez, ex Sendero Luminoso, ex militar y antropólogo”, recomienda Vargas Llosa, y trasladamos su pensamiento a nuestros lectores, sobre todo a los jóvenes (y no tanto), del Paraguay y el mundo.

Estados modernos y violencia
La reflexión sobre la violencia en general, y acerca de su empleo en conflictos bélicos entre Estados de la edad moderna, originalmente organizados como regímenes absolutistas (a partir de la Paz de Westfalia: 1648), tiene una larga tradición en la historia del pensamiento, sobre todo del occidental y cristiano, aunque no es exclusivo de él, y se extiende por intereses cognoscitivos diversos y complementarios.

Por ejemplo, abarca los conocimientos filosóficos, jurídicos internacionales (“ius ad bellum” e “ius in bello), los politológicos, y, sin duda, tales indagaciones ocupan una gran parte de los estudios de polemología, y en especial aquellos dedicados a la ciencia y el arte de la guerra, subsumidos bajo el rótulo anodino de “estudios estratégicos”.

Entre los grandes autores de todos los tiempos, dedicados a explorar la diversidad de las dimensiones de la guerra, esa tan peculiar forma de acción “social” (aunque en esencia es anti social, el conflicto armado enfrenta grupos humanos organizados y antagónicos, con el objetivo de que el más fuerte someta a los derrotados, recurriendo para ello al poder militar), se encuentran autores tan diferentes como Sun Tzu (544-496 a. c.: “El arte de la guerra”), Hugo Grocio (1583-1645: “De jure belli ac pacis”) y Raymond Aron (1905-1983: “Paz y guerra entre las naciones”). En la vereda de enfrente, la de quienes ante la predominancia de las guerras en la historia deciden pensar en cómo construir una paz duradera, sobresale Immanuel Kant (1724-1804:“La paz perpetua”).

Equivocadamente se suele decir que la profesión más antigua del mundo es la prostitución. Pareciera no ser así, dicho sea de paso y sin ánimo de polemizar al respecto. El ejercicio de la violencia, desde su práctica más elemental entre personas, hermanos incluso, pareciera que antecede al coito mercenario.

En el relato bíblico del homicidio de Abel, por parte de Caín, no se hace ninguna referencia a la existencia de la mujer que los griegos denominarían hetaira (ἑταίρα). Era esta una cortesana, por lo común dedicada a la prostitución, sobre todo en los círculos sociales elevados. Son numerosos los especialistas quienes sostienen que las mujeres que ejercían de hetairas eran muy hábiles artistas, no del amor, sino solo del espasmo meramente genital, que por eso se deshace en el instante en que se produce.

Polpotianismo peruano: Sendero Luminoso
Pero enterémonos de cuanto dice Vargas Llosa acerca de la novela autobiográfica del campesino ayacuchano, de origen indígena, Lurgio Gavilán Sánchez, un “niño de la guerra”, primero terrorista y después sin solución de continuidad, antiterrorista. Más adelante seminarista de hábitos menores en un convento franciscano de los imponentes Andes peruanos, hasta que se retira de sus claustros para convertirse en antropólogo y paralelamente en un narrador excelente de su propia vida y aldea, como recomendaba León Tolstói (1828-1910), que ensayaran sus primeras páginas, a los jóvenes en busca de la gloria literaria.

En el caso de Lurgio no escribe para vivir lmediáticamente sino que hace lo que a muy pocos les es dado: narran para exorcizar la propia existencia, sin lo cual no podrían continuar viviendo. Siguiendo a un hermano mayor, todavía niño, durante tres años fue un terrorista del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL).  

Esta fue, no lo dicen Vargas Llosa ni el novel escritor, la organización peruana genocida (del gr. γένος, estirpe, y -cidio, es decir, “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”) de naturaleza “polpotiana”. Este neologismo proviene de Pol-Pot, quien fuera el máximo líder de los fundamentalistas “Jemeres Rojos”, los comunistas maoístas de Camboya (originalmente Kampuchea), quienes entre 1975 y 1981 virtualmente desangraron a su país, de predominante religión budista en una de las tantas vertientes que posee.

Organizada y liderada por Abimael Guzmán Reynoso, un desconocido profesor de filosofía en la provinciana Universidad de San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho), en los andes peruanos, “Sendero Luminoso” nació inspirada en un marxismo-leninismo maoísta, de nivel de manual, a la par que contradictorio. Él mismo se auto endiosó en su culto a la personalidad como la “cuarta espada del marxismo”, y la blandió a sangre y fuego, como una verdadera “Tempestad en los Andes”, título este de un ensayo narrativo de 1927, de la pluma de Luis E. Valcárcel, profeta del indigenismo peruano académico, de los años de la década de los treinta, del siglo XX, y de la resurrección de las culturas autóctonas, aunque revolucionarias y socialistas.

Sin nada de naturaleza ni indigenismo, y sí intoxicado y degradado en una ortodoxia de la violencia y el terror sin límites, para eliminar al enemigo (los peruanos pequeño-burgueses y burgueses, los oligarcas y explotadores, y sus aliados internos y foráneos), “Sendero Luminoso” arrasó casi por completo con su país en las décadas finales de la centuria pasada. Lo hizo condimentando su ideología “revolucionaria” con el mesianismo, milenarismo y fatalismo propios de culturas civilizacionales como las andinas, desde la interpretación del “Camarada Gonzalo” (Abimael Guzmán, quien recién sería capturado en 1992), para implantar por el terror un comunismo-campesinista.

Guzmán fue el principal responsable de decenas de miles de víctimas mortales, desaparecidos y lisiados en el Perú, de pérdidas materiales multimillonarias (en un país con inmensos contingentes de miseria extrema), del debilitamiento de la democracia (también de muy baja calidad), y de la reacción del terrorismo de Estado como había ocurrido décadas atrás, sobre todo en el sur de nuestro continente.

Además, SL se vinculó muy pronto con los narcotraficantes peruanos, ofreciéndoles protección en sus “territorios liberados” en la ceja de selva peruana, a cambio de dinero y armas. Pero casi enseguida pasó a monopolizar directamente vastas zonas el crimen organizado,  disputándoselas por la fuerza a los narcotraficantes. Un proceso semejante ya estaba en marcha con las FARC en Colombia, y hay indicios de que lo mismo está ocurriendo en nuestro país, entre las organizaciones de la narcoactividad con el autodenominado EPP. Desde luego, el crimen organizado no solo busca aliados en el terrorismo izquierdista.

Vargas Llosa pone en resalto que en su libro, el ex terrorista “captura la locura ideológica y la crueldad vertiginosa que padeció el Perú en los ochenta, limitándose a contar lo que vivió e intercalando a veces en el relato breves evocaciones del paisaje andino, la desaparición de sus compañeros, la muerte de su hermano, el miedo cerval que a veces sobrecogía a todo el grupo, y la ferocidad de algunos hechos –la ejecución del centinela que se quedaba dormido, por ejemplo, y el asesinato de los reales o supuestos soplones […]”.

Es decir, “Lurgio Gavilán instala al lector en el corazón de una locura ideológica y la crueldad vertiginosa que vivió el Perú, en los años ochenta, sobre todo en la región de los Andes centrales, por la guerra que desató SL. Lo que comienza como un sueño igualitario de justicia social, se convierte pronto en un aquelarre de disparates sectarios y brutalidades ilimitadas. A diario hay sesiones de adoctrinamiento en las que los guerrilleros leen –en voz alta para los que no saben leer– folletos de Stalin, Lenin, Marx y Abimael Guzmán y cantan marchas revolucionarias”.

“Al principio –agrega Vargas Llosa, relatando el contenido del libro–, los campesinos ayudan y alimentan a los guerrilleros, pero, luego, estos imponen esta ayuda por la fuerza, y, a la vez, ejecutan matanzas colectivas contra las comunidades rebeldes a la revolución, que apoyan los ‘ronderos’. Al mismo tiempo, ahorcan o fusilan a sus propios compañeros sospechosos de ser ‘soplones’. Todos viven en la inseguridad y el temor de caer en desgracia, por debilidad humana –robar comida, por ejemplo– pues el castigo es casi siempre la muerte”.

Sobre el terrorismo de Estado: “El salvajismo no es menor entre los soldados que combaten los terroristas. Los derechos humanos no existen para las fuerzas del orden ni se respetan las más elementales leyes de la guerra. Los prisioneros son ejecutados casi de inmediato, salvo si se trata de mujeres, pues a estas, antes de matarlas, las llevan al cuartel para que cocinen, laven la ropa y sean violadas cada noche por la tropa”.

La moraleja es muy clara para Vargas Llosa: “‘Memorias de un soldado desconocido’ muestra, mejor que cualquier tratado histórico o ensayo sociológico, lo fácil que es caer en una espiral de violencia vertiginosa a partir de una visión dogmática y simplista de la sociedad y las supuestas leyes históricas que regularían su funcionamiento. La esquemática convicción de Abimael Guzmán de que el campesino andino podría reproducir la ‘gran marcha’ de Mao Zedong: Tse Tung (1893-1976), incendiar la pradera, arrasar a la burguesía, el capitalismo y convertir al Perú en un país igualitario y colectivista, produjo decenas de miles de muertos, miles de miles de torturados y desaparecidos, familias y aldeas destruidas, aumentó la desesperación y la pobreza de los más pobres y desamparados y permitió que se entronizara en el país por diez años una de las más corruptas dictaduras de nuestra historia. Parecía que esta tragedia había abierto los ojos a los peruanos y los había vacunado contra semejante locura. Sin embargo, precisamente ahora, cuando gracias a la democracia y a la libertad el Perú vive un periodo de desarrollo económico sin precedentes en su historia, SL comienza a reaparecer, emboscado detrás de supuestas asociaciones que piden abrir las cárceles a los autores de atentados terroristas de los años ochenta. El momento no puede ser más propicio para la aparición de un libro como el de Lurgio Gavilán Sánchez”.

No es la primera vez que en los últimos meses, el también Premio Cervantes (1994), y autor, entre otras grandes obras, de “La guerra del fin del mundo” (1991) y “El sueño del Celta” (2010), Vargas Llosa, se ocupe de reseñar, comentar y extraer conclusiones de un libro acerca del polpotianismo peruano, es decir, el senderismo.

Por ejemplo, el 25 de marzo pasado, con el título de “Una temporada en el infierno”, en su columna de siempre en www.elpais.com (ver el segundo enlace más abajo), analizó “Diario de vida y muerte”, escrito entre 1988-1991 por Carlos Flores Lizana, entonces un joven jesuita, que había sido novicio en México, para ser después destinado a Ayacucho, cuando se vivía en ese departamento andino peruano “el infierno, devastado por la guerra que libraban el terrorismo de Sendero Luminoso y las fuerzas militares y policiales contrasubversivas”.

El libro del jesuita acababa de ser publicado en España y en él Vargas Llosa llega a similares reflexiones a las que les suscitaría, casi un año después, las “Memorias de un soldado desconocido”. Esta obra también atrajo la atención de la periodista anglosajona Jacqueline Fowks, quien a propósito del libro de Lurgio Gavilán, desde Lima, Perú, escribió  el artículo titulado “Terrorista, militar, cura y profesor: una biografía resume 30 años de Perú”, que el último 31 de octubre fue publicado en España (www.elpais.com: ver enlace final).

Autoritarismo y violencia en el Paraguay
Pero más allá de todo lo acabado de exponer, el problema de la violencia  nos interesa, desde luego, con nuestro aquí y ahora, en su vertiente de la predominante tradición histórica (política y cultural) autoritaria, y con su serpenteante río de sangre que ya lleva dos siglos. Después incluso de 1989 la violencia política tuvo diversos episodios. El fallido intento oviedista de golpe de Estado en 1996 y la ilegal y fundamentalista represión de líderes y afiliados al oviedismo, en particular a militares pero también a civiles, por ejemplo.

El “marzo paraguayo” constituye un ludibrio de nuestra apertura política de tan baja calidad, todavía no aclarado, al igual que el jamás investigado en serio “asesinato de Argaña” y su onda expansiva de persecuciones propias del terrorismo de Estado. El brote terrorista del autodenominado EPP, “lesseferistamente” tolerado por el desgobierno de Nicanor Duarte Frutos (2003-2008), y su abierta complicidad con los fundamentalistas jefes de los “sin techo” de Marquetalia, nombre muy significativo para las terroristas y colombianas FARC, como fue bautizada la ilegal y violenta ocupación de un predio suburbano en San Lorenzo.

Mención aparte merecen los secuestros extorsivos del EPP (que iba camino a convertirse en una filial local de las FARC), y sus homicidios, y la escalada de la conflictividad política y social. Es esta un mecanismo chavista-kirchnerista por excelencia, que con Lugo en el Palacio de López se expandió por la región oriental, sobre todo.

En el norte y noreste con las actividades terroristas del EPP, y en el centro, sur y sureste por medio de los campesinos en proceso de desintegración social y cultural, y como grupo productivo, manipulados con otros sectores sociales miserabilizados material y culturalmente por los “carperos 4x4”, numerosos ellos vinculados a sectores de partidos tradicionales, con mayores y menores cuotas de poder en sucesivos desgobiernos de nuestra interminable apertura política.

Tal asociación neopopulista y autoritaria duró hasta la aparición del régimen “lugo-bolivariano”, que empezó a darles rienda suelta a los “sectores populares” (caso Ñacunday, por ejemplo), y hasta la conmoción de la masacre de Curuguaty, a todas luces de muy claros antecedentes terroristas, en la que se entremezclan sectores radicalizados del “lugo-bolivarianismo”, del crimen organizado local, y por cierto del EPP, protegido también por el luguismo.

Precisamente a raíz de la sangre inocente derramada, por parte de los policías emboscados con alevosía e impunidad para sus ideólogos, y también debido a las muertes violentas de campesinos (estos en crisis terminal como grupo social), en lugar de aclarar los hechos indubitablemente, las “investigaciones” fiscales, en el marco del descrédito y pérdida generalizada de confianza en nuestras instituciones, empezando por el Poder Judicial y el Ministerio Público, lo que están haciendo es crispar todavía más el proceso electoralista conducente a abril de 2013.

Sin estar de acuerdo con ninguna irregularidad fiscal y judicial, ni tampoco policial, de existir ellas, y es muy probable que así sea (conociendo el estado de pre-judicialidad que todavía sufre el Paraguay, en todos los ámbitos), en grado menor o mayor al que denuncian organizaciones de “derechos humanos” y líderes de la “izquierda”, entre ellos los del “Frente Guazú”, lo que está haciendo el actual desgobierno surgido de la crisis de Estado de junio, es sembrar los vientos de cercanas tempestades.


Un ejemplo son las declaraciones violentistas del médico Aníbal Carrillo Iramain, candidato presidencial de los “lugo-bolivarianos”, quienes cada vez más exhiben manifiestas señales de estar dispuestos como grupo politiquero a impedir la realización de las elecciones generales en el imprescindible clima de normalidad que debe presidirlas.

El prominente líder “lugo-bolivariano”, a raíz de la difusión del contenido de la carpeta fiscal sobre la matanza de Curuguaty, que el desgobierno anterior permitió e incluso alentó que ocurriera con sus acciones y/o omisiones previas, de manera irresponsable dijo (ver “Fiscal: Campesinos siguieron plan orquestado para matar a policías”, en  “Última Hora”, Asunción, martes 18 de diciembre) que la “convivencia democrática” en nuestro país corre riesgo de quebrarse debido a la “falta de esclarecimiento” de lo ocurrido, el 15 de junio.

En la rueda de prensa agregó, provocadoramente, Carrillo Iramain: “[…] si el pueblo no está de acuerdo con ‘el subjetivo y oscuro análisis’ de la Fiscalía, ‘tiene derecho a rebelarse’. Los pueblos tienen derecho a rebelarse contra ataques a las normas legales y ante la instauración de una tiranía”. Justificó la incitación a la violencia diciendo que sus palabras están amparadas por la Constitución Nacional.

Olvidando que el entonces presidente Lugo, una vez producido el luctuoso suceso nada serio hizo para iniciar una verdadera investigación oficial, lo que se convertiría en el detonador de su enjuiciamiento político, Carrillo Iramain insistió en que “ya no tenemos seguridad de que alguien diga qué pasó en Curuguaty”.

Según el médico y candidato presidencial “lugo-bolivariano”, a las “instituciones y organizaciones que son parte de la conspiración golpista de junio (partidos, parlamentarios, Unión de Gremios de la Producción (UGP), Asociación Rural del Paraguay (ARP), ahora se suma con claridad y nitidez la Fiscalía y pone en duda la seriedad en la investigación”.  

Una conclusión personal
La tragedia que viviera el Perú de las dos últimas décadas del siglo pasado, como consecuencia de la locura genocida del senderismo polpotiano, que tuvo por respuesta el terrorismo de Estado, demuestra que la violencia no es “la partera de la historia” sino la enterradora de la posibilidad de hacer una historia mejor desde el presente.

En América Latina, y en cada país de acuerdo a su peculiar proceso histórico, la etapa mundial de la guerra fría (1947-1989) se caracterizó por un ciclo de autoritarismos tradicionales y nuevos (estos últimos los del “Estado burocrático autoritario”) que intentaron impedir las reformas que necesitaban nuestros países para avanzar por el camino del desarrollo institucional y socio-económico.

Ese muro de contención fue respondido desde una cultura de la muerte, por organizaciones “guerrilleras revolucionarias”, que proliferaron en la región a partir del voluntarismo del foquismo castrista y guevarista. Para Ernesto “Che” Guevara Lynch de la Serna, el mejor ser humano es el revolucionario y el mejor revolucionario debe ser una fría y eficiente  máquina de matar. Así se llegó al terrorismo “revolucionario” que desató las inhumanas y trágicas políticas de terrorismo de Estado.

El “socialismo siglo XXI”, desde reciente en fase terminal, acelerada por su derrota político-diplomática en el Paraguay, por los malos pronósticos sobre la salud de Chávez y por los graves errores de sus regímenes en la región, estaba dirigiendo a nuestros países hacia la continuación de la cultura de la muerte, la de inicios del siglo XXI.

El Paraguay y los países vecinos no necesitamos de más violencia y mucho menos en el contexto mundial tan agitado e inestable que estamos viviendo. En lugar de tirar por la borda a nuestras democracias de “tan baja calidad”, cuidémoslas para, desde ahí, avanzar de manera sostenida hacia el Estado de derecho democrático y la sociedad abierta. Es este el mensaje principal de “Memorias de un soldado desconocido”, sostiene con acierto Vargas Llosa, y el de este blog.


JLSG

Asunción, a jueves 20 de diciembre de 2012


Código del artículo: ÑPS1



Referencias
http://elpais.com/elpais/2012/12/13/opinion/1355421080_101974.html
http://elpais.com/elpais/2012/03/23/opinion/1332504985_669108.html
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/10/30/actualidad/1351626983_187335.html

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