jueves, 6 de diciembre de 2012

De cuándo y cómo el Paraguay empezó a joderse en su historia, y no en “Conversación en La Catedral”, víctima de las ambiciones e incapacidades de minorías voraces y politiqueras, tradicionales y novísimas, que ponen en peligro la existencia de la nación paraguaya


Temerosos, desorientados y politiqueros, el presidente Federico Franco (izq.) y su canciller, el autodesignado “embajador del servicio exterior”, José Félix Fernández E., carentes de políticas públicas externas están comprometiendo la suerte del Paraguay en una coyuntura internacional particularmente peligrosa (Fuente: fotografía bajada
de la sección imágenes de Google).



En una de sus primeras y fundacionales novelas, “Conversación en La Catedral” (Seix Barral, Barcelona, 1969), Mario Vargas Llosa, por medio del autobiográfico protagonista, Santiago Zavala, “Zavalita”, principia el libro con la pregunta inicial que este se hace, un estallido apenas comenzar: “¿en qué momento se jodió el Perú?”.

Toda la obra es un intento del autor por brindarse una respuesta, bajo la forma de una vasta metáfora del Perú, en este caso el de la dictadura oligárquica y conservadora del general Manuel A. Odría (1948-1956), en un país étnica, cultural, geográfica y socialmente no solo diverso sino enemistado entre sus naciones, el presente en ese entonces de un pasado republicano sombrío y reiteradamente fallido, como tantos otros de los países del área, y a su vez la prefiguración del pasado de un futuro de incertidumbres, tantas y antagónicas que ni la magia fabuladora del “Zavalita” verdadero, el Premio Nobel de Literatura de 2010, Vargas Llosa, podía jamás haber imaginado.

Tuvo razón Gabriel García Márquez (igual de magnífico escritor del “boom” de la literatura latinoamericana, fenómeno cultural que este año cumplió su medio siglo de vida, y él a la vez, Nobel también, como su colega el escritor peruano, pero ya de 1982) al decir que, en nuestra parte del mundo, ¡la realidad siempre supera a la más fantástica de las ficciones!

Llevo tiempo, décadas ya, preguntándome, y sin pretensiones de “Zavalita” alguno, pero siguiendo existencialmente el ejemplo de su padre literario, ¿desde cuándo empezó a joderse el Paraguay? Varias veces en que creí haber llegado al borde del principio del inicio del prólogo del preámbulo de un primer atisbo de intento de explicación, del más elemental de sus borradores, apareció algún nuevo dato de la realidad nuestra de cada día para desconcertarme, arrasando con la respuesta castillo-de-naipes tan sacrificada y artesanalmente construido, y cual el mítico Sísifo, solo que de carne y hueso y no de la antigüedad clásica, al haber comprobado la debilidad fatal de la hipótesis que no soportó su falsación, otra vez vuelta a comenzar, el recorrido, por enésima vez, ¡de nunca acabar!

Últimamente, mi preocupación acerca del Paraguay “jodido” se ha acrecentado, a medida que transcurre este tiempo local y universal de cambio de época dentro de una transformación similar, pero a su vez más amplia, profunda y veloz. Es tal y no otra la especificidad de lo que ya nos preanunciara Ernesto Sábato, en su disección tan rica de la crisis de nuestro tiempo, “Hombres y engranajes”, ensayo de 1951.

Apenas un cambio de presidente
En cuanto al Paraguay, en junio nos libramos de manera constitucional –con un salto politiquero al vacío, porque no se trató del cambio de sistema, en el sentido de avanzar hacia una verdadera institucionalidad democrática– apenas del régimen “lugo-bolivariano”, aventurerista, corrupto, perverso y de entrañas totalitarias, profundamente anti paraguayo además. Es por eso que las mafias “socialistas siglo XXI” de Planalto, Brasilia; la Casa Rosada, Buenos Aires; y, sobre todo, del Palacio de Miraflores, en Caracas, y otras subordinadas, dijeran desde antes del “consumatum est”, que fue un “golpe parlamentario y reaccionario”.

El juicio político legal y legítimo, dentro de la ilegitimidad del sistema politiquero que impera desde 1989, ocurrió cuando estaba de nuevo a punto de incendiarse el Paraguay, otra vez. Pero ahora con un nuevo tipo de modelo politiquero, uno perimido ideológicamente, al que nos estaba conduciendo la violencia de los espíritus, sistemática, e inducida desde las más altas esferas “gubernamentales”, la de la “lucha de clases” siglo XXI. En Ñacunday, fracasaron, al no haberse atrevido todavía a cumplir con las exigencias de caos del neoimperialismo.

En Curuguaty derramaron sangre inocente, pero cobardes como son estos “revolucionarios” hedonistas y caviar-nícolas, todos 4x4, los de los entornos de Fernando Lugo, huyeron y dejaron abandonados a su suerte a la carne de cañón, enardecida ya en algunos de sus sectores, mayoritariamente confundidos, a resultas de la ausencia de liderazgo que les dejara sin conducción. Ni en las peores etapas de las luchas fratricidas del sistema bipartidista partidocrático tradicional sus líderes recurrían al sálvese quien pueda: morían ellos, poderosos y masas, en sus ambiciones de poder, desaforadas y siempre excluyentes de los vencidos, es decir, en el típico y sangriento juego de “suma cero”.  

Curuguaty, planeado y ejecutado carnavalescamente por la minoría “bolivariana” local, fue el punto de inflexión que hizo ver a la clase politiquera paraguaya que, de continuar coqueteando con Lugo, en busca de acomodos y prebendas, todos terminarían desalojados de sus privilegios y fortunas, abrumadoramente malhabidas en número. Con la sangre derramada en ese trágico momento acabó la alianza “contra natura” entre el denominado Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y los grupúsculos de ultra ideologizados “revolucionarios” locales.

Estos, en pleno siglo XXI, trataban de intentar en el Paraguay un nuevo octubre de 1917, tipo “gauche divine”, pero después de haber fracasado el original en la auto extinción de la URSS, una auténtica implosión sistémica. El problema para ellos fue que los auto titulados “lenines” y “ches” paraguayos no iban a arriesgar nada, cobardes, deteriorados y oportunistas, como son todos, corroídos por la pestilencia de sus ambiciones de riquezas y placeres, antes que de gloria, por equivocada que fuese su orientación “ideológica”. Cual modernos señores y señoras feudales (¡no seamos machistas!) para desangrar a la Patria paraguaya, en un plan demencial, tenían a tantas víctimas propiciatorias, seres deshumanizados de grupos sociales subalternos en la descomposición de la informalidad y la exlusión, miserabilizados, material, cultural y espiritualmente.

Fracasaron al no haber ninguno de los “lugo-bolivarianos”, uno solo, tenido el coraje totalitario de liderar la toma del poder, que de eso se trataba. ¡Ni siquiera revolucionarios marxistas-leninistas tiene el Paraguay! Aquí, en el arco que va de  Camilo Soares, pasando por “Paková” Ledesma, hasta llegar a José Rodríguez, representativos de la crema de los “revolucionarios” paraguayos, nadie estaba dispuesto a jugarse la vida en la toma a sangre y fuego del Palacio de Invierno (San Petersburgo, 1917). Empezando por el apóstata y traidor de todo, excepto de sus depravaciones, el tal Fernando-Armindo-Lugo-Méndez…

Otra histórica oportunidad perdida
Para quien esto escribe, la crisis de Estado del juicio político, antes que un problema debió haber sido una posibilidad. Pero después de la destitución de Lugo por el Senado en absoluto nada serio ha sido hecho, para empezar el imprescindible desarme real y efectivo del complejísimo mecanismo de ingeniería politiquera que había conducido al impresentable Lugo al Palacio de López, y que no fue otra que la tradicional de los criollos juegos de poder, sólo que en tiempos del cólera chavista y de un desorden internacional que solo deja tranquilos a los lelos locales, auténticos pavos reales de la estulticia más depurada y de las perores ambiciones desmedidas. Ellos son quienes con su vacío –algo inexplicable para la física– ni bien empezar el recorrido llenaron el dejado por los “lugo-bolivarianos”.

No bastaba con destituir a Lugo cambiando seis por media docena, o por cuatro o por ocho. De inmediato se debió haber iniciado la sustitución de ese síndrome tan preocupante de la exultante politiquería, estableciendo al fin lo básico de los cimientos de un Estado de derecho democrático, y los de una sociedad abierta, para llevar a cabo, y en libertad y con Justicia, las sistemáticas transformaciones y cambios moleculares (políticos, económicos, ambientales y  sociales), a los efectos de que el Paraguay deje de una vez por todas de seguir en la jodienda que es el calvario de su propia destrucción ininterrumpida. Para esto los politiqueros y los grupos de poder de todos los colores e ideologías, ya que no elites locales, son eficientes en extremo. Apenas para eso y en nada para defender a la Patria paraguaya de sus enemigos internos, importantes sin duda, pero en modo alguno imbatibles.

¡El “parto de los montes” (“Parturient montes, nascetur ridiculus mus”, lo dijo no Cartes, pero sí Horacio, el poeta latino) del juicio constitucional, en nuestro caso ni siquiera fue un simple ratoncillo, sino apenas más de lo mismo! Se cambió a lo gatopardo, algo, apenas, para que todo siguiese igual, solo que peor, como es de suponer en una coyuntura semejante. Nombres, colores e “ideologías”, más que nada intereses, como en el anterior régimen, son un “rejuntado” (paraguayismo todavía no admitido por la Real Academia) variopinto de elementos contradictorios, que es el desgobierno actual. Pero la de ahora es una coyuntura extraordinariamente más complicada, sobre todo en la dimensión internacional, en lo que a seguridad y soberanía se refiere y en materia de ataques internos y foráneos a la identidad nacional.

Desde luego, de eso nadie quiere darse cuenta en el desgobierno. Tanto entre quienes estarán por breve tiempo en Palacio y los que  apuestan a todo (aparato, dinero, mercadotecnia politiquera) para regresar a él o no abandonarlo. Me refiero a los candidatos “producidos”, de gigantografías interminables y lujosísimas, y de dentaduras perfectas, blanquísimas y de laboratorio, que en su brillo tan intenso no permiten ver los acerados y afilados colmillos apenas ocultadas por las sonrisas angelicales de candidatos y candidatas. ¡Todo por quedarse o volver a la que iba a ser la residencia principesca de Francisco Solano, presidente de una República despótica que con él se convirtiera también en dinástica!

Un país sin elites dirigentes
Agrava todo esto el que el Paraguay, desde hace tiempo, en los hechos carece de elites dirigentes en sentido amplio. Todavía no tenemos una burguesía ilustrada que políticamente se convierta en una derecha democrática, con sus intelectuales y medios de prensa orientadores, más allá de los intereses de sus propietarios, generalmente directores, y siempre dictadores. Familiares directos de no pocos de tales ya están incursionando en la politiquería, desde la anarquía luguista.

La denominada “inteliguentsia” local, en su mayor parte, y a cambio de prebendas varias, como otras de la región, también atrasadas y manipuladoras, optaron por subordinarse a la hipoteca ideológica del totalitarismo “bolivarianismo”. Lo demuestra la proliferación reciente de tantos panfletos “militantes”, “juicios éticos” y seminarios “contra el golpe parlamentario”, orientados y financiados casi todos desde Caracas, vía Buenos Aires y de Brasilia y San Pablo, como buenos colonizados que son los más destacados intelectuales “progres”. Estos se encuentran ahora en proceso de reagrupamiento, después de haber perdido las privilegiadas “transferencias monetarias” que beneficiaron a tantos de tales “revolucionarios”, en nada baratos, por cierto.

Igualmente carecemos de una izquierda política, democrática y significativa electoralmente. Y también el liderazgo de los denominados sectores o movimientos sociales y “populares” se caracteriza por reproducir de manera grotesca lo peor de los partidos tradicionales y ninguno de sus méritos históricos, que no son numerosos aunque algunos sí significativos.

El aparato de Estado y la arena politiquera nacional son vivo reflejo de cuanto decimos. Las campañas electoralistas rumbo al 2013 son las peores desde 1989, tanto en el desgobierno como en la denominada oposición. La tan baja calidad de nuestra politiquería se refleja en todos los poderes del aparato de Estado, convertidos en grupos de presión de intereses fácticos diversos. En las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional el oportunismo, el cinismo y la desmoralización profesionales permiten dudar, de manera razonable, de que en realidad tengan vida institucional.

El presidente de la República, Federico Franco, busca el pretexto del hallazgo no certificado de petróleo en el Chaco para ir de “shopping” a Miami y nadie dice nada. Para no ser menos, el “revolucionario” Lugo y sus comparsas inauguraron su sede en una mansión fastuosa, de insultante estilo narco-arquitectónico, mientras nadie explica si el alquiler lo paga Caracas, Brasilia o algún emergente grupo del crimen organizado.

En tanto nadie se ocupa de la defensa nacional, y el canciller José F. Fernández E., convirtió a la conciliación con los enemigos activos del Paraguay en una suerte de verdad teológica de la que se jactan sus tinterillos, que antes lo fueran de quienes ya no están. El ministro y su “troupe” de RREE acaban descubrir, después de la indignidad de Cádiz 2012, ¡que el intervencionismo de la Unasur en nuestros asuntos internos no ha cesado, después de la buena voluntad demostrada por el “policía bueno”, venido de Lima, el muñeco de goma de Salomón Lerner Ghitis, un engaña bobos! ¡También “abc” ya se dio cuenta de ello!

Y, tan ciegos como “abc”, hasta hace poco, nuestros sacrificados diplomáticos, siempre disciplinados a los mandones de turno, todavía creen que con la tal Unasur se puede negociar “diplomáticamente” y que lo contrario es un suicidio. En medio de todo esto, el fanático proselitismo partidocrático impide que sus líderes se unan en la defensa de la dignidad, soberanía e interés nacional del Paraguay, convocando por ejemplo a una marcha multitudinaria para demostrar que no cederemos antes nuestros enemigos y exigir la adopción de políticas públicas externas de iniciativas  eficaces, orientadas por una diplomacia al servicio de la Patria paraguaya y desde ella a la humanidad. La sociedad todavía es débil para una convocatoria semejante.  Y cuando lo partidocrático subordina a lo paraguayo, sin ninguna duda la identidad nacional se resiente y fragmenta.

La ausencia de la política por otros medios
El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard (1929-2007), uno de los exponentes de la posmodernidad, en La guerra del Golfo no ha tenido lugar (Ed. Anagrama, Barcelona, 1991), uno de sus numerosos últimos libros, afirma que la novedad de la primera Guerra del Golfo (1990 – 19919) es que, nada menos, invirtió la concepción de Carl von Clausewitz (1780 – 1831), pensador entre los más destacados teóricos modernos de la ciencia y el arte militares.  Dice Baudrillard que ahora la guerra ya no es como explicó el estratega y militar prusiano, “la continuación de la política por otros medios”, sino “la continuación de la ausencia de la política (politiquería) por otros” procedimientos.

Esto no lo pueden entender en Palacio de López y en la Cancillería, y tampoco en las tiendas del oficialismo y de la oposición, porque ellos se juegan a los dados de sus ambiciones rastreras la suerte no solo de la República del Paraguay sino también de nuestra nación. La fragmentación propia de la politiquería, la ausencia de política públicas locales y externas al servicio del bien común, empieza a notarse en la subordinación de lo nacional a lo partidocrático. Esta tendencia, incluso, empezó a extenderse desde hace poco en las redes sociales, que fueron la columna vertebral en la lucha en defensa de la soberanía e independencia del Paraguay, amenazadas desde el juicio político a raíz de las agresiones sufridas por el injerencismo “bolivariano”.

Debe preocuparnos esta grieta en nuestra conciencia nacional porque con ella se hace posible el sometimiento del Paraguay a sus enemigos, que ya tiene aliados internos, todav una absoluta minoría, pero en sistemático trabajo de zapa con respaldo pleno de Caracas. Después de 1989 el Paraguay se jodió, para concluir con la metáfora de Vargas Llosa, por carencia de una elite modernizadora democrática y democratizante, que es una de las principales causas de la deslegitimación de la política, que es la politiquería, es decir, la ausencia de la política, algo que inevitablemente hace que los pueblos sucumban en conflictos bélicos, internos y/o externos.



JLSG
Asunción, a jueves 6 de diciembre de 2012
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Código del artículo: LOB32



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