Escribe José Luis Simón G.
El 2012 comenzó con un panorama desalentador para las democracias latinoamericanas, incapaces hasta entonces de intentar con aludes de ciudadanía la nueva transición, el abandono del preocupante estado de muy baja calidad en que todavía se encuentran, víctimas de sociedades débiles, de liderazgos apenas politiqueros –los tradicionales y nuevos partidócratas– y de las en general incompetentes y mendaces y oportunistas élites de todos los sectores sociales.
Del escenario regional, incluso del mapamundi, ni qué decir del Paraguay, parecía haber desaparecido la figura del líder con vocación seria de estadista, empeñado en devolverle desde los espacios del poder democrático su verdadera esencia a la política, que no consiste en otra cosa que en realizar el más elevado servicio, el público. A él puede aspirar cualquier ciudadano con auténtica vocación cívica, demostrada esta a lo largo de un auténtico “cursus honorum”, que nadie debería jamás comenzar de la noche a la mañana como candidato a presidente, a parlamentario o a cualquier magistratura pública de elevada responsabilidad.
El retorno de la política servicio y democrática
Este año, 2012, culmina auspiciosamente desde Venezuela con la reivindicación de la “política-de-servicio-al-bien-público”, heroica tarea forjada por la ciudadanía de ese país, sometido hasta ahora al chavista régimen neototalitario, este la peor de las opresiones conocidas en la historia. Venezuela se “encapriles” se dice aquí, en el sentido de encarrilarse hacia una democracia de mejor calidad y preñada de ciudadanía. Es esta una lucha tan desigual frente a un poder “bolivariano” desbordado del más mínimo límite de la justicia, y la encabezan nuevas y antiguas generaciones de líderes democráticos, quienes aprendieron a construir el camino del consenso desde la competencia plural, legal y legítima, y a respetar los acuerdos libremente pactados, de cara a un electorado vigilante y participativo y que supo vencer al miedo.
Todo ocurrió después de la durísima prueba de haber padecido los venezolanos, en el recodo final del siglo XX, las consecuencias del harakiri sin honor de la democracia en su país, resultado de la corrupción generalizada de una frustrante democracia de “baja intensidad”, de sus débiles instituciones y de la ilegalidad e ilegitimidad en que se habían diluido sucesivos gobiernos, formalmente “democráticos”, aislados de las expectativas, necesidades e ideales ciudadanos y por ende excluyendo al pueblo del control de sus políticas.
En tales circunstancias de deterioro, los partidócratas socialdemócratas y socialcristianos de Venezuela abrieron las puertas del Palacio de Miraflores a un demagogo de la peor especie, Hugo Chávez, quien al cabo de un cruento y fracasado golpe de Estado, como cualquier Hitler o Mussolini, después democráticamente formó gobierno en 1998, y una vez logrado eso, inicio la destrucción del precario Estado de derecho democrático en el país. Sobre todo casi exterminó el ideal del “linconlniano” gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
Le fue fácil al discípulo Chávez seguir casi enseguida las totalitarias directivas de su maestro Fidel Castro. Empezó a suplantar a la democracia tradicional, viciada y podrida en sus raíces, e indefendible, por la nueva versión de las desaparecidas “democracias populares”, la de las “dictaduras del proletariado”, disfrazadas con el rótulo tenue de “democracias participativas”, las de un supuesto “socialismo siglo XXI”.
No es este otra cosa sino un régimen neototalitario en gestación y en rápida expansión neoimperialista regional, gracias a la bonanza de los petrodólares, que en poco menos de tres lustros dilapidó desde Caracas una inmensa riqueza en divisas, del orden de los 700 mil millones de dólares. Fruto todo del paroxismo de una corrupción sistémica mezclada con una intoxicación ideológica a la que solo se vence con el recurso a la terapia intensiva de la recuperación del civismo extraviado entre tantas promesas incumplidas de cualquier democracia fallida. Los mercenarios de esta “democracia” se sumaron a una revolución que hasta Lenin, el origen más directo del totalitarismo soviético, hubiese execrado como “lacra burguesa”.
La “operación” Mercosur, subastada en la bolsa de la avidez inescrupulosa de tanto mercenario politiquero e intelectualoide regional, le costó a los venezolanos, vía Chávez, apenas 10 mil millones de dólares, de los cuales tan solo unos 114 millones fluyeron a los “revolucionarios” locales. Cualquier sicoanalista de bolsillo y relumbrón diría que nuestros caviarnícolas (deglutidores de caviar y cavernícolas ideológicamente), al cotizarse tan por lo bajo evidenciaron una autoestima inexistente, que con justa razón los convirtió en el hazmerreír del contexto contiguo, empezando por ese inexistente mascarón de popa (¡ni siquiera de proa!) que fuera el obispo apóstata y perjuro y peor presidente que fuera Fernando Lugo Méndez.
Crisis terminal del “bolivarianismo”
El momento de inflexión política regional, el que profundiza y vuelve visible la crisis terminal del neototalitarismo chavista, amén del desgobierno total que hace padecer a los venezolanos, fue su derrota política y diplomática en el Paraguay, cuando a fines de junio un juicio político, constitucional y legítimo, destituyó al entonces presidente Lugo y a su régimen de espantos, fracasos y traiciones, que actuaba como el caballo de Troya del “bolivarianismo” aquí.
La soberbia de los poderosos autoalienados les impidió a los opresores de La Habana y de Caracas darse cuenta de que Lugo y sus “revolucionarios” ni siquiera formaban una pésima murga del peor de los carnavales del mundo, que suele tener por grotesco escenario la caótica, sucia, poluida y desfigurada Asunción, hasta hoy condenada a ser una urbe inhóspita en extremo, tan lejana en el tiempo y de todo lo propio de aquella capital antañona, que sobrevivió como una gran aldea con personalidad, hasta el inicio de la “itaiputización” del Paraguay.
A partir de esa estética de lo decadente, y de su antiética, también pulularon los arquitectos del ni siquiera posmodernismo criollo, como el perpetrador del adefesio (de falocéntrico monumento, además) conque uno de ellos eliminó la tradicional, simple y acogedora belleza de la plaza que antes adornara el contraste arquitectónico entre el neoclásico edificio del BNF (de fines de la década de los cuarenta del pasado siglo), y el monumento planaltiano del Hotel Guaraní.
Es este el símbolo fáustico-arquitectónico de la neocolonialista sumisión del autoritario y corrupto Paraguay de Stroessner (1954-1989) al neocolonialismo brasileño, que no se limitó al de los dictadores militares sino que se profundizó con el neoimperialista “lulismo petista”, y el de su tan modosita Dilma. Ella, cuando debió incarnos sus colmillos sedientos de dominación “bolivariana”, lo hizo con inmutable sonrisa, la de quirófano de un estereotipado cirujano plástico de las élites de la izquierda caviar del Brasil.
¡Y ahora sabemos de dónde salieron los 200 millones de dólares, poco más o menos, de la supuesta conquista luguista, la de la microscópica “recuperación” de la soberanía nacional en Itaipú! Fue de la caja de esa verdadera “armada Brancaleone” (la terrible sátira del cineasta Mario Monicelli, 1996, sobre las cruzadas de la baja Edad Media), la de la “operación Mercosur” de Chávez, de donde salieron las monedillas falsas de la “gloriosa” reivindicación paraguaya, supuesto logro del luguismo, sobre la impudicia de los bandeirantes lula-bolivarianos.
La pandemia “lugoide” y nuevo escenario
Como la cadena de iniquidades se suelta siempre por el eslabón más débil, eso fue lo que ocurrió en el junio paraguayo, el de la resolución constitucional y legítima, por primera vez en la historia nacional, de una crisis de Estado. Después de sus repercusiones merc-unasurianas, y de la extraordinaria resistencia al intervencionismo extranjero, que brotó de la fuerte reserva de identidad nacional que todavía tenemos, la pandemia de la inestabilidad “lugoica” se expandió de inmediato por todo el “bolivarianismo” que estaba cocinándo todavía en el fuego lento de los tsunamis cívicos de los pueblos a los que oprime.
Por primera vez, la dama negra de la ex república argentina, la CFK, está a la defensiva ante concertación multiple de crisis: economía, calles, exterior y disidencia de importantes sectores de la civilidad del país vecino, a lo cual se suman ahora las protestas de gendarmes, policía y militares, pacíficamente y ya sin el viejo hábito del “coup d´Etat”, que incluso ellos aprendieron de la historia, excepto los “bolivarianos”.
El traidor antiparaguayo del incompetente presidente José Mujica no lo está pasando mejor y a sus habituales “tupamaradas” suma ahora el descrédito ciudadano por haber encabezado el golpe contra el Paraguay y el Mercosur. El Brasil no solo está soportando la más grave derrota política y diplomática de la historia de Itamaraty, propinada por el Paraguay soberano e independiente, sino las consecuencias internacionales y locales de su “mercunasurada-bolivariana”.
Este aventurerismo “luloide”, del celuloide Dilma, compromete sus chances eleccionarias en 2014, acaso tanto como la crisis de la corrupción sistémica petista sometida al poder jurisdiccional del Supremo Tribunal, que ya ha sentenciado a tan cercanos colaboradores del ex presidente Luiz Inácio da Silva, convertido en el “padrino Lula”. Ni hablemos de los neototalitarismos cubano, boliviano, ecuatoriano y nicaragüense, todos en etapas diferenciadas de sus respectivas crisis terminales…
A todo ello se suma que el actualmente en desarrollo XVIII Congreso del Partido Comunista Chino, en Pekín, está confirmando a un nuevo liderazgo de línea reformista, que mantendrá su modelo capitalista-estatalista con manifestaciones represivas neototalitarias, pero en el contexto de un generalizado descontento social, que nos trae a la memoria la tesis de un olvidado funcionalista como Walt W. Rostow, el del impacto político democratizador del “take of point”.
Es esto una buena nueva más que relativa en el mundo del actual desorden internacional, por la crisis financiera y económica, y amenaza de una de pagos planetaria, que repercute negativamente por doquiera, mientras el balance del poder estratégico mundial exhibe preocupantes “default lines” (Siria, Irán, etc.).
En la columna del haber de esta microscópica contabilidad internacional debemos sumar la todavía persistente tendencia a la victoria de la reelección del presidente norteamericano Barack Obama, a pesar de su traspié en el primer debate televisivo que lo enfrentara esta semana al candidato de la ultraderecha republicana, Mitt Romney. El triunfo de Obama ayudaría a estabilizar la crisis mundial, para iniciar una fase de lenta recuperación por la que tanto clama el mundo entero, y no solo las tan venida a menos economías de la UE y norteamericana. Esa delgada alfombra económica y financiera tendría también positivas repercusiones en el mundo democrático, incluyendo el de América Latina.
La coyuntura venezolana
No se descarta todavía el triunfo limpio y valiente de Capriles, al frente de una vasta alianza democrática y reformadora que va de la derecha a la izquierda democrática. Tampoco se descarta que en su hora veinticinco, un Chávez enloquecido no reconozca la victoria opositora o la impida con malas artes totalitarias, lo que generaría una grave convulsión en Venezuela y la región, con repercusiones diferenciadas en cada país del área.
Sea lo que vaya a ocurrir lo importante es que Venezuela ha demostrado con esta campaña electoral extraordinaria –a punto de llegar a su día D, mientras se perpetra este artículo, sufrido lector– que el único intento válido para recuperar la democracia perdida, o para inaugurarla si de ello se trata, inevitablemente pasa por el camino de la política democrática, es decir, por la conjunción de liderazgo, partidos y organizaciones sociales y ciudadanía, que son los mecanismos para que la soberanía popular se manifieste políticamente, de manera a formar un nuevo gobierno que se dedique en serio y de manera eficiente al servicio público.
Le deseamos éxito al candidato Henrique Capriles Rodonski, el candidato de la esperanza democrática latinoamericana, como dice de él Enrique Krauze, y al pueblo venezolano, en esta verdadera cruzada cívica de resonancias mundiales. Pero a veces no basta con la voluntad firme de luchar heroicamente y de manera tan capaz en los límites de la democracia, para llegar al merecido triunfo.
Lo importante es recordar que esta lucha, de “sangre, sudor y lágrimas”, enfrentando pacíficamente todas las armas ilegítimas del enemigo totalitario, es la lección que nos legan Capriles y sus compatriotas: la victoria ya es luchar, porque si hay voluntad de hacerlo, como ellos lo siguen y seguirán haciendo, eso significa una gran derrota del totalitarismo. En el Paraguay actual debemos estudiar muy bien la lección democratizadora del “encaprilamiento” venezolano.
JLSG
0 comentarios:
Publicar un comentario