Escribe José Luis Simón G.
Un rayo cae sobre la Basílica de San Pedro, durante la noche de la conmocionante dimisión del Papa Bendicto XVI. No se trató de “un rayo caído de cielo sereno”, como dijo parafraseando a Marx, en otro contexto, el cardenal Angelo Sodano, eminencia negra del poder fáctico de la Curia romana. La frase pronunciada por tan alto prelado quiso dar a entender que la renuncia del papa fue algo por completo inesperada, cuando que Sodano, principal enemigo de las reformas propuestas por Benedicto, es uno de los responsables directos del bíblico gesto del pontífice, en defensa de la catolicidad (Fuente: elpais.com).
Aparte de la peligrosa marxistización de la Iglesia católica por las huestes totalitarias de la mal denominada “teología de la liberación”, el principal problema central que padece el catolicismo es su absolutismo románico, el de la curia o gobierno del Vaticano, que remonta su poder hasta el siglo XI, más o menos. Es la época del surgimiento de la Iglesia de Roma poder fáctico. ¡Imaginemos lo que sería este inmenso poderío espiritual y terrenal si el próximo papa es un admirador del genocida Fidel Castro, represor totalitario de los creyentes de todos los orígenes, incluyendo a los católicos, y gran patrocinador de la “Teología de la Liberación”, de la que él es el sumo sacerdote y no sus comapeñeros de ruta, Gustavo Gutiérrez (peruano) y Leonardo Boff (brasileño), entre otros!
La Iglesia absolutista en Roma es una poderosísima burocracia cardenalicia, un verdadero grupo hegemónico, con poder económico y político, que es criticado desde la misma Iglesia de Roma, incluso.
Lo acaba de confirmar la extraordinariamente bíblica y católicamente reconfortante decisión del papa dimisionario, Benedicto XVI, quien renunció al haber sido de manera definitiva torpedeados sus muy serios intentos de terminar con la impunidad de la pederastia de sacerdotes, obispos, arzobispos y cardenales, y en menor media tambien de instituciones religiosas de mujeres, y de transparentar las cuentas de la sórdida banca del Vaticano, envidia de la banca “off shore” en el mundo, e incluso de la de Suiza “lava más blanco”, pero menos que sus colegas romanos.
Se refieren a este grave problema, el de la Iglesia institución alejada del buen Dios el teólogo católico español, Juan José Tamayo, separado de sus cátedras por la inquisición moderna, ya sin el fundamentalismo extremo de la histórica, de tan mala memoria en la iglesia y en el mundo, y cercano a las corrientes latinoamericanas de la “teología de la liberación”, que fue infiltrada por el totalitarismo marxista en la propia iglesia, desnaturalizando sus fines originales.
Conviene aclarar que la “teología de la liberación” no es un movimiento monolítico y uniforme, y que en su interior hay muchos críticos del poder fáctico Roma-Vaticano, el cual supuestamente, y desde su ultra ortodoxia dogmática, es enemigo declarado de la teología de la lucha de clases en la Iglesia instituida por el nazareno. Los teólogos marxistas y la “nomenklatura” de la Curia solo en apariencia están enfrentados: ambos tienen orientación totalitaria, desde la extrema izquierda aquellos y de la extrema derecha éstos.
En este texto, muy sugestivo, Tamayo presenta de manera muy breve una nueva obra de quien fuera uno de sus maestros en teología, el mayor de los teólogos católicos vivos, el alemán Hans Küng, quien también está reprimido por la poderosa Curia del Vaticano, pues propone la reforma desde adentro de la Iglesia, para lo cual ella debe abandonar su absolutismo romano, y regresar a sus orígenes jesucristianos.
Sin entender esto no es posible interpretar la renuncia de Benedicto XVI, quien muy “conservador” en materia dogmática, lo que debe ser tomado con pinzas, según mi modesto criterio de creyente, se ha convertido, y no de manera súbita, en un auténtico revolucionario de la paz, al haber dado el testimonio de fidelidad a nuestra iglesia (soy bautizado y confirmado y jamás he renegado de mi condición de tal, aunque nada practicante, por el vacío que encuentro en la iglesia-institución), que es su dimisión del papado. Lo hizo casi en silencio, humildemente, y sin escándalos, pero produciendo un tsunami, combinado con un maremoto y con la erupción de todos los volcanes del mundo en la asfixiante y mortuoria Curia romana, en la que no todos están de acuerdo con su traición al Padre Celestial.
En lo que intentó hacer, establecer la tolerancia cero para los pederastas y su impunidad, y en relación con los negocios nada evangélicos de la banca del Vaticano, Benedicto, teólogo eminentísimo desde muy joven, es por completo superior a mi admirado Juan Pablo II, quien no tuvo el coraje de enfrentar el mal interno de la Iglesia en Roma, que es de todos los creyentes, y me vuelvo a incluir entre ellos. Es más, y sin desconocer su indiscutible liderazgo no solo católico, sino mundial, incluso, se alió incluso con lo más retrógrado y pestilente de la Iglesia poder fáctico para enfrentar a los enemigos externos del catolicismo y en general de las creencias religiosas. Su victoria fue pírrica, hoy lo sabemos a ciencia cierta, gracias a Benedicto XVI, nada carismático ni luchador y tampoco líder él, pero íntegro al punto de haber dejado vacante la silla de Pedro, para ser fiel a él y su Maestro, e incluso de arriesgar su vida, al tomar la decisión que ha dejado tambaleante y al descubierto el mal en Roma-Vaticano.
¿Qué tiene que ver todo esto directamente con el Paraguay que también, y desde luego, incluye a los no creyentes? mucho, muchísimo.
El apóstata ex monseñor y ex presidente Fernando-Armindo-Lugo-Méndez, el que ahora ya sin caretas anda instigando a la lucha armada entre nosotros, y quien pederasta no es, pero sí un abierto depravado y depredador genital de cuanta jovencita campesina encontraba en su tan infernal carreras sacerdotal y de obispo rojo, por lo diabólico. Se cebó en humildes jovencitas y no tanto hasta que los politiqueros locales le convirtieron en “presidente”, y desde su campaña se pasó escandalosamente a las camas de las “vedetongas” locales y de afuera, con nuestro dinero, amén de haber acentuado su hedonismo consumista lujurioso, él, todo un “revolucionario” de la “teología de la liberación” y convertido en traidor de la patria y la humanidad, por lucro económico y politiquero.
Otro personaje nefasto y nefando que todavía sigue contaminando a la jerarquía católica paraguaya, con sus ambiciones terrenales de genitalidad lujuriosa y de hambre de poder material y politiquero, y predicando el odio entre paraguayos y clases sociales, es el tal Mario Melanio Medina, uno de los descarados y escandalosos “obispos” católicos del Paraguay.
Estos, los dos mencionados y no pocos más, son el producto generado por esa Iglesia poder que se ha apartado del buen dios (no soy teólogo, hablo como creyente) para convertirse en un verdadero poder fáctico universal. Los Lugo, los Medina y quienes son como ellos, y sus monaguillos y monaguillas de aquelarres, están dispuestos a cualquier cosa que les convenga para realizar sus locuras totalitarias de convertir al Paraguay en una satrapía totalitaria castrista. No tendrán el menos escrúpulo en incendiar el país, y en derramar sangre y en generar destrucción, si lo necesitan. la Patria no existe para ellos, tampoco el ser humano ni la Humanidad. Y mucho menos la Iglesia católica en la cual son judas “pos modernos”, incapaces de ahorcarse porque no van a dejar de disfrutar de la perversa vida que llevan, dedicada a cultivar sus placeres y excesos de todo tipo, pues no vendieron al buen Dios por apenas 30 monedas y se creen eternos. Como Chávez y Castro.
En lo que sigue, ver más abajo en la sección “Anexos”, ofrecemos a nuestros lectores sobrevivientes de este espacio, los trabajos de Tamayo y de Küng. Léanlos, para entender cabalmente lo que les entrego hoy firmado por mí. Obtenidos en elpais.com; enlace: http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2013/02/los-males-de-la-iglesia-catolica-segun-hans-kung.html.
JLSG
Código del artículo: BXVI
ANEXOS
LOS MALES DE LA IGLESIA CATÓLICA, SEGÚN HANS KÜNG
Por Juan José Tamayo
Ahora que el Papa ha renunciado, avanzamos en primicia una parte del prólogo de Hans Küng de su libro ¿Tiene salvación la Iglesia? que la editorial Trotta publicará en abril. Un ensayo en el cual el teólogo y ex colega de la universidad de Tubinga de Benedicto XVI pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica, sus raíces y las posibles respuestas.
Hans Küng es uno de los teólogos más sólidos y creativos del cristianismo y una de las figuras más relevantes del catolicismo mundial de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI, al tiempo que una de las mentes más lúcidas en el estudio interdisciplinar de las religiones. Ha sido guiado intelectualmente -y ha sido protagonista de- algunos de los acontecimientos religiosos más significativos de los últimos cincuenta años, como el concilio Vaticano II y los Parlamentos Mundiales de las Religiones.
Es la conciencia crítica de la Iglesia católica, de sus instituciones y dirigentes, sobre todo cuando se desvían del proyecto originario de Jesús de Nazaret y se muestran insensibles a los desafíos de nuestro tiempo. Desde su tesis doctoral sobre el teólogo evangélico compatriota suyo Karl Barth viene defendiendo la reconciliación de las iglesias, sin caer en la uniformidad y evitando las rupturas, siempre dolorosas. Elabora una teología de las religiones, respetuosa del pluralismo y defensora del diálogo interreligioso e intercultural. Está comprometido en la construcción de una ética mundial que cambie el rumbo de la globalización neoliberal y tenga como prioridades la no violencia activa, el trabajo por la paz, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza y el compromiso por la igualdad, no crónica, a través de la no violencia activa.
Su relación con Ratzinger viene de lejos y ha pasado por diferentes momentos: ambos fueron asesores del concilio Vaticano II y colegas en la Universidad de Tubinga. Luego se distanciaron ideológicamente, en su concepción de la Iglesia y de la presencia de esta en la sociedad, en la manera de entender y de ejercer el poder y en la forma de hacer teología desde la libertad de investigación y el pensamiento crítico ((Küng) o desde la sumisión al magisterio eclesiástico (Ratzinger).
En el libro ¿Tiene salvación la Iglesia? pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica hoy, sus raíces y las posibles respuestas, como hiciera Rosmini siglo y medio antes en Las cinco llagas de la Santa Iglesia. Küng apunta como una de las causas del mal que padece la Iglesia al sistema romano de dominación, vigente desde la Edad Media, consolidado en el siglo XX y vigente todavía hoy, cuya eliminación defiende, al tiempo que propone una reforma de la Iglesia cristiana en profundidad, en sintonía con el movimiento de Jesús de Nazaret y en la dirección marcada por el concilio Vaticano, que debe ser leído y aplicado creativamente en el nuevo escenario político y religioso internacional y local.
El siguiente es el pasaje del prólogo de ¿Tiene salvación la Iglesia? (Trotta), de Hans Küng:
EL MAL QUE PADECE LA IGLESIA
Por Hans Küng
Desde los más diversos flancos se me ha solicitado y animado una y otra vez, de palabra y por escrito, a posicionarme con claridad respecto al presente y el futuro de la Iglesia católica. Así, finalmente me he decidido a redactar, en vez de columnas y artículos de opinión sueltos, un escrito recapitulador que exponga y fundamente lo que se manifiesta como mi acreditada percepción de la esencia de la crisis: la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra gravemente enferma: padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha.
Este sistema de dominación se caracteriza, como habrá que mostrar en lo que sigue, por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia. No es el único, pero sí el principal responsable de los tres grandes cismas del cristianismo: el primero, entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente en el siglo XI; el segundo, en la Iglesia de Occidente entre la Iglesia católica y la protestante en el siglo XVI; y el tercero, en los siglos XVIII y XIX entre el catolicismo romano y el mundo ilustrado moderno.
Pero de inmediato he de señalar que soy un teólogo ecuménico y bajo ningún concepto estoy obsesionado con los papas. En mi obra El cristianismo: esencia e historia (1994) he analizado y expuesto a lo largo de más de mil páginas los diversos periodos, paradigmas y confesiones de la historia del cristianismo; y a la luz de todo ello, guste más o menos, resulta imposible negar que el papado es el elemento central del paradigma católico-romano. Un ministerio petrino, tal y como se desarrolló a partir de los orígenes, era y sigue siendo para muchos cristianos una institución con sentido. Pero del siglo XI en adelante ese ministerio se fue transformando cada vez más en un papado monárquico-absolutista que ha dominado la historia de la Iglesia católica, llevando a las ya mencionadas tensiones ecuménicas.
El poder intraeclesial del papado, creciente sin cesar a pesar de sus reiteradas derrotas políticas y culturales, representa el rasgo decisivo de la historia de la Iglesia católica. Desde entonces, los puntos neurálgicos de la Iglesia católica no son tanto los problemas de la liturgia, la teología, la piedad popular, la vida religiosa o el arte cuanto los problemas de la constitución de la Iglesia, analizados de forma demasiado poco crítica en las tradicionales historias católicas de la Iglesia. Justamente tales problemas son los que aquí tendré que tratar con especial cuidado, a causa, entre otras cosas, de su índole ecuménicamente controvertida.
Joseph Ratzinger, el actual papa, y yo fuimos los dos peritos oficiales más jóvenes del concilio Vaticano II (1962-1965), que trató de corregir en algunos puntos esenciales este sistema romano. Pero a resultas de la resistencia de la Curia romana, ello, por desgracia, solo se consiguió en parte. Luego, en el posconcilio, Roma ha ido revirtiendo de forma progresiva la renovación, lo que en los últimos años ha llevado a la abierta manifestación de la amenazadora enfermedad de la Iglesia católica, latente ya desde
mucho tiempo atrás.
Quien hasta ahora nunca se haya visto confrontado en serio con los hechos históricos sin duda se asustará en ocasiones de cómo han funcionado las cosas por doquier, de cuántos aspectos de las instituciones y constituciones eclesiásticas —y muy especialmente de la principal institución católico-romana, el papado— son «humanos, demasiado humanos». Sin embargo, esto, expresado de forma positiva, significa que tales instituciones y constituciones —también el papado, él en especial— son modificables, básicamente reformables. Así pues, el papado no tiene que ser eliminado, sino renovado en el sentido de un servicio petrino de inspiración bíblica. Lo que sí debe ser eliminado es el medieval sistema romano de dominación. Por consiguiente, mi «destrucción» crítica está al servicio de la «construcción», la reforma y la renovación, todo con la esperanza de que en el tercer milenio la Iglesia católica, contra todas las apariencias, permanezca llena de vida.
* El libro ¿Tiene salvación la Iglesia? de Hans Küng lo publicará la editorial Trotta (España) en abril.
* Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.
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