Escribe José Luis Simón G.
Una representación renacentista de Cupido, la deidad del deseo amoroso en la
mitología romana y denominado “amor” en la lírica latina (Fuente:
¡El amor correspondido es la conjunción más maravillosa de la vida y la que nos ayuda a sobrellevarla con una sonrisa en el alma, que ninguna prueba, por dura o terrible que pueda ser, logrará borrarla jamás!
“!...Amé y también fui amado…!”, no recuerdo de quien es la polka canción paraguaya pero la tengo grabada en la voz de Luis Alberto del Paraná y la recuerdo, además, y emocionado siempre, cuando era cantada también por su amigo de los tiempos duros, ese gran músico paraguayo, el mejor de los embajadores paraguayos (¡a veces el único!), en Lima, Perú, mi amigo y hermano, y compatriota querido, entrañable, don Humberto Barúa, de quien nada sé desde hace siglos.
No puedo olvidar que con un grupo serenatero, integrado por un arpista chileno, Marcelo, y por unos amigos paraguayos (Diego, Darío y Crispín, y otros chilenos como el “Pato” Vergara), en una madrugada gélida, mientras nevaba, los músicos y cantores nos moríamos de frío, combatido a puro pisco de la bodega de Marcelo y la niña en cuestión ni se daba por enterada: como se sabrá luego, aparentemente…
No puedo olvidar, repito, en esa imposible (se creía que lo era, y hasta hoy existen quienes dudan se haya realizado) serenata santiaguina, de la que la historia no guarda memoria (¡pero yo sí!) alguien cantó también aquella canción con esas letras, y desde el mismo día, ya en la mañana, JLSG pudo enamorar a la hermosa, curvilínea auténtica, nada anoréxica y menos siliconada, toda erupción de sentimientos táctiles, de miradas y susurros, Verónica, en la UC de Santiago (campus Apoquindo, para más datos).
Ella, si bien no había abierto su ventana, muy prudente, por el frío, pero más avergonzada a raíz de las chanzas familiares, y de las previsibles del vecindario, por el lado de Tobalaba con Providencia, su corazoncito no pudo menos que derretirse ante tan extraordinariamente extraordinaria manifestación de romanticismo finisecular, paraguayo lógicamente, en el Chile de la convulsión histórica de 1970-1973, en el que, quien esto escribe, asistía a un trágico laboratorio de la historia, pero siempre con tiempo para los asuntos del corazón, que jamás deben ceder ante nada. ¡Por lo menos si de vivir y no mero existir se trata!
La vida nos separaría después, con gran dolor para mí, y apenas una nota al pie de página del ya voluminoso libro sentimental de Verónica, porque en mi caso ese era un amor intenso intensísimo, pero preparatorio, en camino hacia otros, el otro, sucesivos, al/los que se llega ciertamente con cicatrices. ¡El amor también es cruel medicina de sí mismo! Pero, por lo general, los amantes que se separan sobreviven, para repetir lo que nadie dijo mejor que Borges, aunque de amores poquísimo fue lo que conociera (¡esa doña Leonor Acevedo de Borges, tan esmeradamente Edípica, sin saberlo, desde luego!), aquello que dama-Lily-Ángel, desde los mares del sur del Pacífico, me consta que jamás olvidó, y que lo recuerda aún en playas caribeñas: “Qué importa el tiempo sucesivo, / si en el ayer hubo / una plenitud, un éxtasis, una tarde…”.
¡A veces una tarde, solo una, que pasa desapercibida para el mundo, mas no para los dos que se aman, basta una sola tarde para justificar amorosamente toda una vida!
Y esto no tiene que ver con sexo exclusiva, inevitable, ineludible o imperiosamente, porque si así fuese no habría existido la despedida más romántica de la historia del cine, la síntesis de un gran amor real, y platónica la separación, aclaro, sin siquiera ambos rozarse las manos, Humprey (Bogart) e Ingrid (Bergman), en la escena penúltima de “Casablanca”, que hasta ahora nos emociona, como pude comprobar a raíz de la enorme cantidad de visitas y “me gusta” que pusieran, cuando un tiempo atrás compartí el vídeo de la película completa en mi “facebook”, con muchos de ustedes que ahora, sufridos y fieles lectores, también sobreviven a otro de mis articulejos.
¡En esa escena de Humprey e Ingrid lo platónico es de una intensidad sensual y romántica tan extraordinaria que lamentablemente los chicos y chicas jóvenes de hoy, y también personas mayores, no logran comprender, porque las nuevas generaciones (digamos las gentes menores de cincuenta años, por lo general) no están preparadas para el amor, al confundir la cama, el encamarse, el coito…, ¡con el amor, que requiere sin la menor duda del lenguaje de los sexos cuando es la consecuencia de aquél y no su mentira o camino más corto, sobre todo este lleva por nombre “la prueba del amor” o las truculencias propias de obispos apóstatas y de poderosos que se fingen, a sí mismo obtenerlos, con poder y/o dinero!
Es esta, por ahora, mi sencilla ofrenda amorosa al amor, de quien hace muchísimo tiempo supo, y jamás lo olvida, que se trata de un sentimiento y derecho humano fundamental, jamás guiado por el tiempo cronológico, sino por el de las pulsiones de las almas/cuerpos que se funden en las recíprocas miradas. En este caso son los amores correspondidos.
Pero, además, existen aquellos que no lo son. En estos últimos también está el amor porque es en esas circunstancias en que aprendemos que no todo amor que ha brotado, estallado a veces en uno mismo, tendrá la reciprocidad de los sentimientos que deseamos despertar en la otra persona, ese único e insustituible e intransferible ser en esos momentos, ser sin el cual el universo…. ¡es casi una blasfemia!
Hablo de esta ofrenda “por ahora”, porque si bien no he concluido estoy avanzando en un ensayo sobre el amor extraordinario de inmensas y valerosísimas mujeres, ninguna de ellas feministas, pero magníficas precursoras, y justas y equilibradas, de las luchas posteriores por lograr la no discriminación de las mujeres en las sociedad machistas.
Se trata de santas católicas, además, de monjas de clausura, pero de poetisas de relieve en la lírica española y mundial, ambas de una sensualidad, espiritualidad y erotismo extremo y sublimado a la vez, que ni siquiera rozan un burdo y grotesco “reality show” de los actuales, de los de este tiempo miserable de la “banalización de la cultura”. ¡Ya quisiera la banalización del amor apoderarse de tal fuego sagrado!
Trata el texto, cocinado a fuego lento en recipiente de hierro y sobre brasas, y no en microondas, del amor en su paroxismo y éxtasis místico, que yo con humildad, y de manera provisoria, describo como “la desleal competencia del buen Dios con nosotros sus hijos, cuando él desposa a novias amantísimas, esposas enamoradísimas, como una Sor Juana Inés o una Teresa de Ávila”.
Ellas tienen mucho para enseñarnos, si de amor se trata, desde la pureza de sus respectivas puridades, del amor místico, a quienes solo estamos preparados para amar terrenalmente, pero que también ansiamos experimentar el soplo del puro amor o amor puro que es candela incandescente, y de la mejor, y que jamás termina de iluminar con su fuego que no arde, ¡pero hay, que quema indeleblemente!
Este “posteo” se ilustra con una bella imagen de la pintura renacentista que representa al flechador queridísimo, por una de sus dos saetas, ¡el regordete Cupido de acuerdo con los cánones de la estética del tiempo mencionado!
Esta ofrenda la comparto con Uds., como corresponde a mi natural no convencionalista, después del 14 de febrero, que al igual que los 364 o 365 días restantes es sin duda alguna tiempo digno para poner en práctica el precepto bíblico de “amaos los unos a los otros”, enseñanza del Maestro para todos, pero que solo se realiza, de una manera única y excepcional, lo universal, en la pareja de los amantes que se corresponden.
0 comentarios:
Publicar un comentario