Escribe José Luis Simón G.
La
conmemoración de un hecho histórico cambia con el tiempo, dimensión
esta de urgencias súbitas y mutantes, diferenciadas en duración y
trascendencia.
Es lo que nos pasa a paraguayos y bolivianos, y a bolivianos y paraguayos, y por razones coincidentes en este 29 de setiembre de 2012, y que en realidad sucede desde hace casi una década de extravíos “bolivarianos” en la región, y en la entrañable Bolivia, el hermano país del altiplano, que también lo es de selvas y ríos rumorosos, como los nuestros antes de tantas irresponsables e inhumanas depredaciones de territorios naturales.
Del otro lado de nuestra extensa frontera común, tales espacios humanos son defendidos cívica y auténticamente por etnias ancestrales, que con ello dan un ejemplo de cirtudes humanas al mundo lleno de “oenegés” y demás traficantes del medio ambiente, del conservacionismo, de la naturaleza.
Celebraciones bélicas
Hasta hace un tiempo atrás, y como era comprensible, el Paraguay recordaba con justificado orgullo y sin xenofobia, la tan destacada victoria de sus armas y voluntad política de luchar sin desmayos en la contienda chaqueña, que entre 1932 y 1935 nos enfrentara lamentablemente y con profusión trágica de sangre binacional. La batalla de Boquerón fue el primer gran símbolo bélico del Paraguay, y no el único, por cierto.
Y Bolivia, por derecho también pagado con vidas irreemplazables de su pueblo hecho soldado, siempre celebraba la heroica defensa de sus muy estratégicas fortificaciones del complejo defensivo de Boquerón. Este tuvo en su jefe militar, el teniente coronel Manuel Marzana, a un auténtico líder militar, respetado como tal por sus pares paraguayos bajo el comando estratégico del entonces también teniente coronel José Félix Estigarribia, y de sus comandantes operacionales en los campos de Boquerón, el enfrentamiento madre de todas las posteriores, el mayor Carlos Fernández y el teniente coronel Luis Ayala, de las I y II divisiones de nuestra infantería.
Todos fueron héroes sin tacha en esa última gran guerra de infantería de la historia, que se libró sin campos de exterminio y de las locuras genocidas de tierra arrasada, y en la cual el Paraguay ensayó, con sus limitados medios materiales, las ventajas de la estrategia de la guerra de movimiento planificada hasta donde le era posible.
En la lejana Europa, el alto mando de la Alemania Nazi pondría en práctica el 1 de setiembre de 1939 esa novísima doctrina de los conflictos bélicos, la de movimiento y motomecanizada, que en sus fundamentos la tomaron de un ya destacado y siempre iconoclasta jefe francés de blindados, el teniente coronel Charles De Gaulle.
Este gran capitán y después también estadista francés y mundial, ya anticipado en su liderazgo de la Francia Libre y de La Cruz de Lorena, a raíz de haberse atrevido a sustentar tan avanzadas tesis estratégicas estuvo a punto de perder su carrera castrense. Es que el pensamiento militar gaullista se contraponía a la arcaica del alto mando francés de la época, atornillada en sus trece en la ortodoxia desfasada, la de la guerra estática, de posiciones, a partir del dogma de la Línea Maginot, barrera defensiva supuestamente insuperable. También en el agresivo imperialismo racista del nacionalsocialismo, las estrategias estáticas tenían sus seguidores, entre los viejos y nobles generales prusianos, los de la Línea Sigfrido.
Principios estratégicos paraguayos
Todavía falta profundizar en las ideas estratégicas de Estigarribia, por ejemplo la de no esperar al Ejército boliviano en la supuesta defensa natural del río Paraguay, sino librar la guerra de recuperación ofensiva en el mismo Chaco, empezando por Boquerón, el símbolo de la victoria o de la derrota que toda guerra necesita imperiosamente al inicio.
Sin duda, Estigarribia no era el único que pensaba en el Estado Mayor paraguayo, como lo evidencian otras tan audaces como exitosas batallas ofensivas o defensivas posteriores, ideadas por jefes estrategas a él subordinados institucionalmente. Pero Estigarribia fue el inicial y único comandante en jefe paraguayo en el teatro de operaciones.
En su mochila estratégica se sintetizaron y cobraron vida unitaria y global los principios fundamentales de la ciencia y el arte de la guerra, que datan de Sun Tzu (544-496 a. C), el estratega chino, que sigue condensando los principios generales de las acciones bélicas, aunque con los medios y las características de cada época.
El pensamiento estratégico paraguayo, compartido por la jefatura de fuerzas y los comandantes operacionales con amplio margen de iniciativa, sin caer en la indisciplina, desarrolladas sobre la marcha de los acontecimientos, puede resumirse apresuradamente en los siguientes puntos:
1) Fue elaborado desde la realidad del país, a la luz de los principios fundamentales de la guerra, y no extraído de dogmas librescos o de mercenarios extranjeros: río Paraguay, cañoneras (transporte y defensa antiaérea, a la vez), Puerto Casado, Punta Rieles: logística ininterrumpida o líneas siempre tendidas entre la cabeza de la fuerza de choque y su retaguardia estratégica que, además, alejaron el conflicto bélico del centro geopolítico de la capital, el área central y la región oriental.
2) Aceleración de nuestro tiempo militar y político, desde inicios de 1932, pues el mediano y largo plazos eran variables estratégicas favorables a las armas bolivianas.
3) Creación de la Escuela Militar (en actividad desde 1916 y organizada por ley del 23 de junio de 1915), que a pesar de las convulsiones politiqueras de la época, fue un semillero de jefes guidados por la ética del militar profesional, y capacitados como tales, aquí y en el extranjero.
4) Excelente relacionamiento institucional entre el poder político constitucional (estable durante la guerra) que siempre respetó las propuestas de los profesionales de la guerra, elaboradas por el COMANCHACO en el teatro de operaciones, y que era permeable, como debe ser, a las sugerencias de los comandantes combatientes, incluso a sus iniciativas bajo el principio cardinal de la responsabilidad de cada jefe.
5) Respeto por la unidad de comando y control, desde el vértice de la cadena de mandos hacia abajo, y apertura de la cima hacia propuestas convincentes o hechos bélicos consumados y justificados post-factum por los resultados.
6) Férrea identidad nacional, traducida en una Patria unida en el esfuerzo bélico (con insignificantes excepciones, entre ellas las de los recién nacidos comunistas paraguayos), por un gobierno nacional y no apenas liberal, aunque este era su origen partidario. Todo se tradujo en una altamente productiva economía de guerra muy bien administrada y en un Ejército en campaña que era el pueblo en armas, desde el soldado más novato, hasta llegar al comando y control unificados.
7) Adecuada combinación de los tiempos de la guerra y de la política y la diplomacia nacionales: la tregua desde el 15 de junio de 1932 fue utilizada para terminar la movilización general, y si bien la de después de Campovía, tan criticada en su momento, en los hechos posteriores demostró su razón de ser.
8) Salvo excepciones, las batallas se libraron en el momento, lugar y con la adecuada concentración de fuerzas, a veces mínima, pero nunca cayendo en irresponsables campañas temerarias. El factor sorpresa era una constante en nuestras filas, sobre todo cuando se trataba de repliegues ordenados y de ataques fulminantes, aprovechando la debilidad del enemigo.
9) Boquerón fue el bautismo de fuego, el crisol del Ejército paraguayo que se formaba en el teatro de operaciones. Elevadas pérdidas humanas, inicialmente, que la victoria no cortó los llantos por tantas vidas humanas cruelmente segadas en lo que fueron: el inevitable sacrificio de los hombres a su Patria terrena. El triunfo fue fue posible gracias a un rápido cambio de escenario: después de asaltos frontales sangrientamente ahogados, Estigarribia opta por el asedio y el cerco múltiple, llamados aquí “corralitos”.
10) A diferencia de la extraordinaria victoria defensiva de Curupayty (22 de setiembre de 1866, durante la Guerra Grande), que no terminó con la persecución del enemigo en desbandada, la de Boquerón fue muy diferente: da inicio a la primera ofensiva paraguaya de contraataques exitosos (arrolladoras victorias en Ramírez, Lara, Castillo, Yujra, Arce, Aliguatá, Platanillos, Bolívar y Yasyucubas) que se detienen en Saavedra, donde el terrible contraataque boliviano hace que Estigarribia ordene el atrincheramiento de la guerra de posición, hasta que fortalecidos, descansados y mejor preparados, nuestros soldados ya veteranos retoman la iniciativa y se regresa al movimiento bélico.
La guerra como aprendizaje de la paz
Durante mucho tiempo, los antiguos contendientes celebramos la guerra y conmemoramos a nuestros héroes, como ha sido dicho. No olvidemos el horror de aquella ni a nuestros muertos, desaparecidos y lisiados, pero honremos esa memoria luchando ahora denodadamente por mantener la paz de décadas, la que tanta sangre derramada y destrucción nos costara alcanzar.
A lo largo de décadas los paraguayos, y con justificada razón, rendimos homenaje a la victoria estratégico-militar de Boquerón, la del 29 de setiembre de 1932. Más de un medio siglo muy duro después de la hecatombe concluida el 1 de marzo de 1870, la nación paraguaya empezaba a recuperar la fe en sí misma, tan oprimida por el “despotismo republicano” imperante entre 1814 y 1870, e irresponsablemente dilapidada en luchas sectarias y trágicas por el poder (las del tipo “juego de suma cero”), a lo largo de la más formal que real “república liberal” (1870-1940).
Esta, en los hechos tenía apenas el peso del papel en que se había impreso la primera Constitución nacional (1870), aunque tuvo una época promisoria (por estrechamiento de la distancia entre el país legal y el real) en los doce años que transcurren entre 1924 y 1936, los de tres sucesivas administraciones presidenciales: Eligio Ayala, José P. Guggiari y Eusebio Ayala (esta última la única sin completar). Sin esa etapa de serios esfuerzos institucionales ininterrumpidos, y de liderazgos sensatos y propositivos, que no carecían de graves imperfecciones en un Estado liberal en construcción (en el sentido filosófico y político, y no en el partidario, el que tampoco debe ser desconocido), la triunfante defensa del Chaco habría sido imposible.
El 29 de setiembre de 1932 el Paraguay lamentablemente conquistó, con sangre propia, la paraguaya, y hermana, la boliviana, su derecho a la justicia en términos de límites, la sabia doctrina de la Cancillería Nacional, que nunca consideró ese problema como uno de soberanía. Boquerón fue el inicio triunfante, en la Epopeya del Chaco, de la arrolladora estrategia del contendiente menos favorecido por la correlación inicial de fuerzas, que en la prueba suprema de los inhumanos enfrentamientos bélicos, sin embargo, tuvo la virtud de combinar sabiamente la ciencia con el arte inmemorial de la guerra, en este caso entre jóvenes naciones organizadas como Estados modernos en formación. El Paraguay empleó de manera adecuada la dimensión militar del poder nacional con los aspectos políticos, diplomáticos, económicos y sociales, como no lo hizo Bolivia.
Hoy, el imperativo de la hora, es mantener la vigencia del Tratado de Paz, Amistad y Límites (1938), contrario por completo en su filosofía al belicista y tan represivo cuan injusto Tratado de Versalles (1919). Hoy, la paz binacional que data de 1938 tiene densos nubarrones neomilitaristas, “bolivarianos” y narcocriminales en el horizonte, los que amenazan convertirse en tempestades de fuego, destrucción y muerte en la región, a medida que el neototalitarismo habanero-caraqueño, y sus satélites latinoamericanos, se aproximan a la inevitable crisis terminal.
En Boquerón, honremos no el inicio de la conflagración bélica, sino un muy largo y doloroso camino hacia la paz, y en homenaje a nuestros héroes y mártires de la guerra, paraguayos y bolivianos, bolivianos y paraguayos, consolidemos en nuestros respectivos países la realidad de la sociedad abierta y del Estado de derecho democrático, prerrequistos para enfrentar triunfalmente los desafíos del presente y del futuro que nos impiden avanzar hacia la calidad de vida en todas sus dimensiones.
Ese habrá de ser nuestro aporte binacional a la paz mundial, tan amenazada hoy. Lo contrario será otro canto fúnebre a las guerras, ninguna de las cuales intrínsecamente puede ser justa, aunque en nuestra civilización algunas todavía son inevitables. En este caso la hipótesis de un nuevo conflicto bélico entre nuestros pueblos adquirirá su peor aspecto: la de la fase de la belicosidad desatada sin límites por el neototalitarismo y neoimperialismo “bolivarianos”.
JLSG
Asunción, a sábado 29 de setiembre de 2012
Sobre historia e historiadores paraguayos y una crónica de la gran batalla
Escribe José Luis Simón G.
(Excepto la transcripción de Cardozo)
Cadáveres sin enterrar, totalmente descompuestos, de combatientes bolivianos de Boquerón, encontrados por las tropas nacionales una vez que el teniente coronel Manuel Marzana optara por la rendición, después de semanas de heroica defensa de su posición, y para evitar más muertes (Fuente: alcatraz715.blogspot.com bajado de Wikipedia). |
Efraím
Cardozo es uno de nuestros grandes entre grandes historiadores
nacionales. Pertenece a la tan satanizada historiografía tradicional
paraguaya, de la que se nutren quienes pretenden ser sus críticos sin
haberla superado con una obra totalizadora que aporte nuevos
conocimientos sustantivos. Hoy predomina el ensayismo histórico, incluso el muy ideologizado y también entre los paraguayólogos que nos estudian desde el exterior.
La crítica, más moda que sustancia,
por tanto no lo es, entre las no escasas autovanagloriadas testas
incomensurables de las hornadas actuales de profesionales de la historia
en el Paraguay. Tienen a su favor las comodidades mayores que depara el
oficio –para muchos diletante– de los historiadores de hoy. Estos no
conocen los riesgos del compromiso cívico, desde sus ideales, con la
patria y la humanidad, de que hacían gala los precursores, tan pronto
líderes políticos de agotadoras jornadas gubernamentales como
transformados en perseguidos con penas de exilio, prisión o
confinamiento, si habían logrado salvar la vida. Les impulsaba a tales
sacrificios sus ideales, que los inflamaban de la militancia política y
en la labor de polígrafos, que casi todos lo eran. Por lo general, los
historiadores de antes, eran personas que no tenían en cuenta el
estipendio o los laureles artificiales de la fama fácil, propia de la
mediatización de la predominante cultura del espectáculo que ahora todo
lo trivializa (Mario Vargas Llosa dixit).
Otros
se pretenden filósofos o teóricos de la historia, aunque en realidad le
dedican a tales supuestos menesteres el poco tiempo libre que les dejan
sus lucrativas actividades profesionales privadas. Son historiadores e
intelectuales prestos a subirse a cualquier carro del triunfo
politiquero, por ejemplo el del aventurerismo bien pago de lo políticamente correcto. Es decir, son los intelectuales comprometidos,
progresistas bienpensantes y con licencia para todo lo que se oponga a
tales iluminados, supuestos portadores de la epifanía del nuevo ser
humano, del que la respectiva ortodoxia ya tiene el mapa genético.
Entre
estos mercaderes de ellos mismos, algunos ciertamente con talento,
pululan quienes vendieron su primogenitura por el plato de porotos
podridos del que emana el hedor de la apariencia del poder, bien
retribuida por los oficialismos fáciles y lucrativos. Todos son
“revolucionarios”, hasta que el decorado no se les venga abajo en pleno
escenario, como consecuencia de algún imprevisto y constitucional juicio
político por mal desempeño de funciones presidenciales, las que
consideraban intocables, respaldadas como estaban por neototalitarismos y
neoimperialismos, forjados no a mandobles de luchas por el poder sino
desfigurados a fuerza de ser comprados y vendidos por energúmenos
enloquecidos de quienes la historia ya ni recuerda los nombres.
En los campos de la investigación histórica
y, en la labor historiográfica y de pensar la historia, hay gentes
serias y de provecho, pero todavía no se han realizado estos en la gran
obra que sin ninguna duda algunos espíritus depurados por la propia
superación habrán de ofrecernos. Alfredo Seiferheld, un ejemplo del
historiador clásico nuestro de fines de la segunda mitad del siglo
pasado, murió cuando todavía no frisaba el mediodía de su tan fecunda
vida intelectual, por lo que no le fuera dado el legarnos las obras
consagratorias del genio que se ha ido cincelando a sí mismo, en el
laborioso trabajo artesanal que no tiembla en criticar lo que debe y
tampoco en elogiar a quienes lo merecen, entre sus maestros precursores,
hayan sido directos o no.
Su renovadora obra de rescate de la historia contemporánea paraguaya, mutatis mutandis,
es similar al de Blas Garay, no por la causa de las muertes, y de quien
dijera en emocionada oración fúnebre don Manuel Gondra, su maestro
cívico y en el pensamiento, que de la gran capacidad intelectual de la
llorada promesa, demostrada elocuentemente en un torrente de títulos
precursores, cosechados en una existencia rauda y fecunda, apenas
conocimos el lado iluminado de la ladera de la imponente cumbre
intelectual que tan pronto llegara a ser, y que tan tempranamente dejara
a oscuras para siempre el otro lado inexplorado de la montaña, para
desgracia nuestra.
Efraím
Cardozo, maestro de maestros historiadores, que no le impidieron serlo
sus tan polémicas labores políticas, diplomáticas y de publicista sin
par, en todas las cuales sobresalieron sus aportes, muy superiores a las
humanas limitaciones de quienes somos esa amalgama única de materia y
espíritu, entre su vasta producción nos dejó el erudito y monumental
trabajo que lleva por título El Paraguay independiente (Carlos Schauman Editor, Asunción, 1988, segunda edición paraguaya, pp. 317-318).
De
esa obra (pp. 317-318) tan rica en enseñanzas y estímulos para el
debate, ofrecemos como homenaje de recordación, a los combatientes
bolivianos y paraguayos, su crónica de la batalla de Boquerón, la que
colocara a la Epopeya del Chaco
en tantos senderos de gloria que condujeran a la victoria final a
nuestro sufrido Ejército de pueblo en armas. Este defendió con heroicos
sacrificios, en los campos de batalla y en la retaguardia, el interés de
nuestra nación y sin odio hacia el entonces enemigo Ejército boliviano,
de también tenaces y valerosos soldados, ajenos como los nuestros a
perpetrar las atrocidades habituales en los conflictos bélicos, en los
cuales ha sido tan pródigo el siglo XX corto, el de las guerras, como
acertadamente lo denominara el maestro Eric Hobswam. A continuación la
crónica de Cardozo:
Paraguay recupera Boquerón.
– A fines de agosto (1932) el Paraguay había completado su
movilización. Unos 3.500 hombres esperaban detrás de las trincheras de
Isla Poí, y alrededor de 10.000 se estaban adiestrando. En cambio
Bolivia, que tenía armamentos para 150.000 soldados, no contaba en el
campo de operaciones sino 4.000 hombres, que era lo que Salamanca,
contra la opinión de su Estado Mayor, creía suficiente para imponer en
Asunción la paz al Paraguay, y cuyo refuerzo se hacía con inmensas
dificultades por la falta de elementos apropiados de transporte. Después
de la proposición de la Comisión de Neutrales del 29 de agosto y de la
dislocación de los esfuerzos de los limítrofes, Ayala perdió hasta la
más remota esperanza de una acción americana para ahogar la guerra en
sus comienzos y vio que no restaba otro camino que el de las armas. De
hecho existía una tregua en el Chaco desde el 15 de julio. Mediante ella
el Paraguay pudo completar su movilización y había llegado ya al máximo
de su potencialidad. Hombres le sobraban, pero no contaba con más
armas. En cambio, el tiempo favorecía a Bolivia. El traslado de sus
efectivos al frente, aunque lento y azaroso, era continuo. Con solo el
transcurso del tiempo, Bolivia podía igualar y sobrepasar holgadamente
los efectivos paraguayos. Ayala, después de escuchar el consejo de
Estigarribia, decidió tomar la iniciativa.
El 1 de septiembre, el mayor Juan Manuel Garay se trasladó a Isla Poí
llevando la orden de atacar Boquerón; el 9, las tropas paraguayas
comenzaron el asalto. Los bolivianos, aunque en menor número, tenían
mejor y más numeroso armamento y resistieron detrás de poderosas
fortificaciones. Rechazados los intentos paraguayos de tomar la posición
por ataques frontales, Estigarribia dispuso el asedio de la plaza, que
quedó completado el 11. Cercado los bolivianos una parte del Ejército
paraguayo se dedicó a la tarea de esperar emboscado y destruir a cuantos
refuerzos eran enviados en socorro de Boquerón. El 26 se reanudaron los
ataques frontales y el 29 de setiembre, agotados sus víveres, la
guarnición boliviana resolvió poner fin a la heroica resistencia. El
teniente coronel Marzana y 2.000 soldados se rindieron. Inmediatamente
Estigarribia, que fue ascendido a coronel sobre el campo de batalla,
prosiguió la ofensiva. Fueron recuperados Toledo y Corrales, y
sucesivamente cayeron los fortines Ramírez, Lara, Castillo, Yujra, Arce,
Aliguatá, Platanillos, Bolívar y Yasyucubas. El 8 de noviembre las
vanguardias paraguayas chocaron con los bolivianos que, con nuevos
efectivos, se habían atrincherado en Saavedra, y el 10 sufrieron un
recio contraataque que fue sangrientamente rechazado. El avance
paraguayo quedó retenido. Estigarribia ordenó el atrincheramiento y
comenzó la guerra de posiciones. Si todo un ejército boliviano había
sido destruido en esta primera etapa, las pérdidas paraguayas no fueron
menos cuantiosas, pero la moral había sido recuperada: el Paraguay ya no
tenía por qué temer el poderío militar de su contendiente y su
indefensión no era tanta como habían propalado los opositores al
Gobierno”.
Código del artículo: BP31