Escribe José Luis Simón G.
Hay un parlamento inicial y de superficie –en el
vídeo–, subtitulado y audible, y otro que se lee, literalmente, en las
inflexiones sin estridencias de las palabras, no únicamente pero sobre todo de
la casi ya víctima mortal de los en este caso anunciados y más que
presumiblemente conocidos sicarios y mandantes. La fatalidad esa mañana cernió a
Santiago Leguizamón, quien sigue vivo como ideal que ilumina el camino, para
muy pocos de sus auténticos amigos y colegas, que sin duda los tuvo, pero quien
de inmediato fue embalsamado por los intereses creados, convertido en la
ofrenda ritual y anual del sacrificio mediático, preparado por tantos falsos
profetas de la condición humana y de la defensa de los débiles y perseguidos,
que son la mayoría de los organizadores de cada 26 de abril: ¿”periodistas” amordazados?
¿sindicaleros del SPP que nunca se atrevieron a investigar en serio y a llamar
a los narco-terroristas por sus nombres, por todos conocidos y aportando las
pruebas? ¿defensores de los derechos humanos? ¿propietarios y por ello
directores de medios y de sus escribas de tantos silencios para ocultar los
hechos? ¿legiones de “revolucionarios” traidores a la Patria paraguaya
Humanidad?
(Escoja una, Ud., sufrido lector, de las categorías
del listado último, o agregue las que faltan, de toda suerte de necróforos
humanoides, quienes lucran con la memoria de personas venerables, que dejaran
las formas terrenales, sacrificando hasta el amor a los suyos, para convertirse
en arquetipos de valores humanos que no cotizan en ninguno de los mercados de
precios materiales de quienes convertidos en sus “hagiógrafos”, esconden las
miserables existencias que llevan, de roedores bípedos y de erguida columna
vertebral base de la alquimia del cerebro, que no es nada sin la luz de la
justicia y de la misericordia, esto es de un espíritu superior).
El diálogo con que se inicia el vídeo está entre el
cielo y el infierno. Como en las tragedias griegas todo habla, elípticamente,
de la inevitabilidad de la muerte, de quien en este caso muere-vive, y a la vez
con condimentos del realismo mágico, y como tal trágica realidad inexorable,
porque en el hasta ahora, tranquilo e imperturbable quehacer del crimen
organizado de nuestra frontera seca con el Brasil, que es el verdadero poder,
fáctico, en esa zona y en gran parte de los dos países unidos por ese agujero
negro, sanguinario desde siempre y con vocación genocida. Allí, repentinamente
se interpuso alguien que abrazó el periodismo no como instrumento de sumisión
de matanzas (por tráficos de ilegales drogas, ambición de riquezas y poder, por
ideologías históricamente fracasadas, etc.), ni ambicionando fama y
premiaciones, sino con la purificadora y noble misión de no callar la verdad,
aunque su vida material deba ser consumida en el compromiso supremo, no de “la
hoguera de las vanidades”, sino en el altar de la ética profesional, convertida
en moral de una persona, Santiago Leguizamón.
El
demostró que el mal no es ineluctable, para un auténtico “hombre rebelde”, y
quien todavía carece de un émulo de los autores griegos de tragedias, o de un
(enamorado o no) Shakespeare (de celebraciones multicentenarias en estos días,
en el mundo civilizado cada vez más diminuto en el Paraguay, la región y el
orbe), para captar en una obra hasta las invisibles partículas componentes del
autosacrificio de la propia vida ofrendada, por quien nos enseñara sin redobles
de tambores que los héroes no nacen solo en las grandes carnicerías “humanas”
que llamamos guerras y acciones bélicas. Es más: Santiago Leguizamón nos
recordó también que los auténticos héroes casi nunca triunfan de inmediato,
porque están destinados a ser la simiente-luz de quienes libremente, como él,
se atreverán a seguir su ejemplo…
VIDA FALSA Y MUERTE VERDADERA: EL MORIR ALTRUISTA DE LA VIDA-VIDA
(“ultimahora.com: conversación entre Santiago
Leguizamón y Humberto Rubín, viernes 26 de abril de 1991. Audio Radio Ñandutí”.
Inicio dialogado de un vídeo de Andrés Colmán Gutiérrez, subido por Última Hora
a Youtube):
Santiago Leguizmón (SL) –…un día como hoy
aparece “El Paraguayo Independiente”, ¿verdad?...
Humberto Rubín (HR) –Sí, señor…
SL –Y es el día del Periodista Paraguayo, así que un
homenaje especial a, en tu persona, al periodismo nacional.
HR –Muy bien. ¿Cómo están tus presiones, cómo está todo?
Te pido, por favor, que te cuides, Santiago.
SL – ¿Todavía querés que me cuide?
HR –Mucho más que antes, ahora.
SL –Mmm. Vos escuchaste algún dato importante por ahí…
HR –Sí, sí…
SL –Jejeje.
HR –No, no, no es para reírse, Santi.
SL –Hay dos clases de muerte, Humberto. Una es la muerte
material, y la otra es la muerte cuando uno abandonó la ética y… la voluntad de
trabajo. Muchas gracias, buenos días.
Aquí termina la transcripción de la conversación entre
Santiago Leguizamón y Humberto Rubín, vertida en el papel por el periodista que
escribió como cada año desde 1991, sobre Santiago Leguizamón, para el diario
Última Hora de Asunción, en el que lleva décadas sobresaliendo, y no solo en
ese medio de prensa: Andrés Colmán Gutiérrez, además “escribidor” de buenos
relatos narrativos y de excelentes reportajes periodísticos, que a muchos nos
hacen desear que continúe creando otras prometedoras páginas, incluyendo en
ellas a varios de sus trabajos de reportero, que contienen esbozos llamativos
de sus fantasmas literarios, que se le escapan en busca del existir a sus
crónicas, pues como decía Gabriel García Márquez (el gran escritor colombiano
que falleciera hace días, merecedor del Nobel de literatura desde antes de
serlo, y que de su vida condenamos la manifiesta complicidad que mantuviera con
el genocida totalitario comunista, Fidel Castro, la peor de todas para un
periodista-escritor-periodista: la del silencio), el mejor oficio del mundo es
el de periodista, que a tantos acercó a lo mejor de la moderna y actual
creación narrativa para deleite de sus lectores, uno de los cuales es el
“perpetrador” de estas líneas.
Pero, regresando a lo de la transcripción, quisiéramos
escuchar y leer también lo que sigue diciendo Rubín, cuando ya se ha retirado
del audio Santiago Leguizamón, quien continúa vivo en su solitario y ejemplar
testimonio de la moral de su ética inmortal, ya que tan solo pudieron matarlo
físicamente, para él y su filosofía existencial apenas una de las muertes
posibles de un ser humano, la más leve, porque la muerte mortal, es otra y
definitiva, de la que son ejemplos los muertos en vida: aquellos que optaron
por continuar viviendo la falsa existencia de quienes se creen humanos, se
dicen periodistas de inmenso poder mediático y de fortunas inmensas, erigidas
estas sobre silenciar lo peligroso-poderoso-oculto. El silencio, el
ocultamiento, más que tantas mentiras que desfiguran la realidad, es la
verdadera industria sin chimeneas de la prensa canalla, o poder fáctico, porque
calla-nescamente se auto$ilencia.
La
mentira y/o el silencio. Por ambos medios suele la prensa ejercer de vocera de
los poderosos, lográndolo muchas veces, e incluso por bastante tiempo. Los
poderosos también son en ocasiones los que se dicen de “abajo” y excluidos,
como los narcoterroristas del mal autodenominado Epp. La prensa canalla
(“¡miente, miente, que algo queda!”) produce réditos. Hasta que todo se viene
abajo cuando se descubre que la más horrenda de las mentiras del ser humano que
se dice periodista, o de cualquier actividad, aparentemente legítima y
triunfadora y exultante en oropeles, y que muchos desorientados y/o
descarriados envidian, está erigida antes que nada sobre abyectos silencios
cómplices, los de quienes deciden sobrevivir a cualquier costo (que pagan los
demás, las víctimas previamente seleccionadas por poderes impunes del Averno en
la tierra), y por ello son beneficiados materialmente de manera inmensa, es
decir, muy bien retribuidos, y con participación en la esencia nauseabunda de
la parte alícuota de poder que les toca, todo obtenido al precio de acabar
terrenamente con existencias humanas ejemplares. Y lo que es peor: ¡con su
memoria, disfrazada de recordación imborrable!
SANTIAGO LEGUIZAMÓN Y EL CASO CABEZAS DE “PERFIL”
La dirección-empresa del grupo multimedia “Perfil” de
Buenos Aires, es un ejemplo de que existen empresarios dueños de medios que a
la vez son periodistas y que saben, y practican, la ética del verdadero
periodismo, un servicio público de extraordinaria importancia para que el
ciudadano-soberano (al menos constitucionalmente) siempre se encuentre bien
informado, la base de la ciudadanía participativa y fortalecedora de las
instituciones democráticas y de la sociedad abierta. Cuando los sicarios de uno
de los “patrones del mal” de la Argentina del menemismo, Alfredo Yabrán,
asesinaron al reportero gráfico José Luis Cabezas, en ese tiempo del semanario
“Noticias”, los politiqueros de siempre impidieron que la policía, los fiscales
y la justicia cumpliesen con sus responsabilidades y obligaciones
constitucionales.
Eso no arredró a la empresa-dirección y tampoco a los
periodistas del grupo “Perfil”, y a los de otros medios, quienes durante años
se dedicaron a investigar periodísticamente el crimen del colega asesinado,
hasta llegar a demostrar, siempre por medios legales y legítimos, toda la trama
de la conspiración urdida por los poderes fácticos del crimen organizado en
Argentina, lo que finalmente posibilitó que se hiciera Justicia con José Luis
Cabezas. Todos los años, desde su muerte por encargo, Cabezas es recordado por
los medios del grupo “Perfil” y muchos otros, pero a diferencia de aquí, con el
caso Leguizamón, habiendo demostrado allá que la impunidad no es ineluctable
cuando hay personas e instituciones, periodistas y medios en este caso,
dispuestos a luchar en serio por la Justicia. Exactamente lo contrario de lo
que ocurre en el Paraguay con el asesinato de Santiago Leguizamón, crimen
todavía sin castigo, para los sicarios y sus mandantes.
Las palabras de Rubín en el diálogo con Leguizamón dan
a entender que él sabía que el atentado era inminente, y permiten inferir que
conocía las identidades, si no de los “gatillo fácil” del terrorismo criminal,
de los ideólogos, financistas y cómplices del asesinato. Si Rubín tenía
conocimiento de tales antecedentes es muy probable que haya compartido la
información con integrantes cercanos de su clan (familiares, amigos y
empleados) y con sus colegas dueños de medios y no periodistas, como Aldo
Zucolillo (abc), y Demetrio Rojas (UH) entonces. Todas las cabezas mencionadas
tienen conocimiento de la existencia de los poderes fácticos locales,
regionales, continentales… Igual sucede con no pocos periodistas de los medios
mencionados, y propietarios-directores de otros, al igual que con
“revolucionarios” y “defensores” de los DDHH.
¿Qué ocurre entonces para que, por ejemplo, Andrés Colmán
Gutiérrez, en pleno 2014 todavía diga que el asesinato sicario-terrorista de
Santiago Leguizamón sigue impune? Aunque varios de sus ejecutores ya están
muertos, después de haber sido víctimas, a su vez, y por otras “deudas”, de sus
propios métodos, y por lo visto de sicarios y jefes más poderosos en la región
que quienes les ordenaron matar (y lo mataron) el cuerpo del colega paraguayo,
porque las amenazas no habían logrado quebrar su ética profesional ni moral de
vida. ¡Con la mitad de los recursos, y del tiempo destinado por UH a
“investigar” la inconcebible historieta de la presencia del fugitivo Adolfo
Hitler en el Cono Sur latinoamericano, incluso de paso por el Paraguay, aquí se
habría llegado a lo mismo que en el caso Cabezas!
¿No se
trata esto, cuando menos, del hecho punible de obstrucción a la Justicia y de
complicidad por tan oprobioso cuan denigrante silencio nacido del terror de
tantos en decir lo que saben? Esta impunidad hunde sus raíces en el aparato de
Estado, en los poderes fácticos y… ¡en los mismos medios de prensa y
periodistas! Y para quien con toda legitimidad se pregunte que hizo el autor de
esta nota para no ser cómplice de tantos aliados por omisión, debo recordar que
entre los varios intentos realizados para investigar el atentado
narco-terrorista que costara la vida a Santiago Leguizamón, en diversos medios
por los cuales había pasado profesionalmente, uno fue públicamente difundido
por Radio Ñandutí, un 26 de abril de casi dos décadas atrás. Dirigía su
programa Humberto Rubín y le acompañábamos Zucolillo, Rojas, y el suscrito,
quien en un momento dado, y a raíz de las críticas que hacía sobre el pobre
papel de la prensa en la tragedia mencionada, la respuesta de los tres fue
autoexculpatoria: ¡no había periodistas capaces de arriesgarse en tan peligrosa
investigación! Entonces, y como ya antes lo habían hecho otros, también JLSG se
ofreció para integrar un equipo de periodistas de todos los medios coaligados
para una tarea semejante. Esto conllevaba el ofrecimiento de liberar de
cualquier responsabilidad a los periódicos concernidos, en el caso de más
atentados terroristas fatales en contra de los periodistas investigadores del
crimen de Leguizamón. La respuesta cambió un tanto, entonces: ninguno de los
empresarios-directores querían más muertes de periodistas…
EL PA´Í ARKETA, DE LA VIEJA Y DIGNA RADIO CÁRITAS, EN EL CASO DEL CAPITÁN
ORTIGOZA Y OTROS
A inicios de los años de la década de los sesenta, el
régimen despótico-autoritario del general Alfredo Stroessner y sus
“neocolorados stroessneristas” iniciaban proceso de consolidación del
autoritarismo. El ministro del Interior, Edgar L. Ynsfrán, con justicia
calificado de “industrial del terrorismo” del aparato de Estado, por un lúcido líder
opositor (¿Juan G. Granada, “el febrerista”?), había urdido el supuesto
asesinato del cadete militar Alberto Anastasio Benítez, en el marco de una inexistente
conspiración castrense, encabezada por el entonces capitán Napoleón Ortigoza,
uno de los más distinguidos y antiguos jóvenes jefes de nuestras FFAA, que se
resistían a plegarse a los desmanes del
desorden dictatorial. A él y a sus co-conspiradores les imputaron la
muerte del cadete, quien en realidad había muerto en la policía política,
víctima de las torturas a las que fue sometido, para que denunciara el
inexistente golpe de Estado “en preparación”.
Al cabo de más de un año de atroces torturas y prisión
padecidas por Ortigoza, sus camaradas y subordinados, con todo el aparato de
Estado al servicio de la confabulación, para impedir que se llevase a cabo un
supuesto golpe, y cuando la “causa” había llegado a “autos para sentencia” en
la denominada justicia militar, y la orden superior ya tenía decidida la “pena
de muerte” para los acusados, y sin libertad de prensa, una sola voz
periodística se escuchó desde los micrófonos valientes y proféticos de Cáritas,
todavía en pastorales manos franciscanas. Fue la de uno de sus grandes directores
(“¡o tempora, o mores!”) fray Josué Arketa, quien bajo secreto de confesión se
había enterado de la verdadera historia del “siniestro complot subversivo”,
totalmente preparado por Ynsfrán y con la complicidad de mandos militares y
altas autoridades del régimen, todos comportándose como lo que eran, poderosos
fácticamente.
En uno de
sus programas habituales de las noches de domingo, el padre Arketa dijo, y
asumió su responsabilidad, que de ser condenados a muerte los acusados él
revelaría las verdaderas identidades de los ideólogos y sicarios de la
dictadura, que habían creado el “caso Ortigoza y otros”, a objeto de endurecer
la represión y fortalecer a la dictadura. El “juicio” concluyó con una
sentencia de pena privativa de libertad para cada “conspirador y asesino”,
también inhumana e injusta, que por décadas padecieran Ortigoza y otros
militares.
En el caso posterior de Santiago Leguizamón, y tan lejano en el
tiempo, Humberto Rubín, a quien le gusta autoelogiarse como uno de los ¿más
duros y valientes opositores a la dictadura de Stroessner, sino el principal?,
es obvio que recurrir a la justicia, autoridades fiscales y a la policía en
nada habría protegido al periodista todavía vivo en PJC. Pero muy bien podría
haber jugado la “carta Arketa”, la de decir desde sus micrófonos que si algo le
ocurría a Santiago Leguizamón, él denunciaría públicamente a los sicarios y a
sus mandantes, financistas e ideólogos. Humberto Rubín, dio a entender
innumerables veces que desde siempre supo quienes decidieron atentar contra
Santiago Leguizamón, porque ni habían logrado comprarlo y tampoco amedrentarle.
Si Rubín no arriesgó su vida, y se limitó apenas a decir lo que está grabado y
reproducido, en papel y en el vídeo, es porque como muchos otros, desde hace
tiempo, optó por vivir a medias, es decir callando lo que sabe, que es mucho,
sin la menor duda, a diferencia de Santiago Leguizamón (al que Rubín y tantos
otros siempre recuerdan ritualmente, y no solo una vez al año), quien sacrificó
su vida terrestre para no perder su ética profesional y su moral de vida.
Enlaces:
JLSG
Asunción,
a lunes 28 de abril de 2014
0 comentarios:
Publicar un comentario