Escribe José Luis Simón G.
Mandela no era un ángel, sino
humano, y esta foto lo evidencia, pues recibe
con gran alborozo, al “totalisaurio
del Caribe”, el genocida Fidel Castro. Los
que se dicen de “izquierdas y
revolucionarios”, utilizaron siempre esta
imagen para hermanarlos
ideológicamente a ambos. Pero Castro, por más
intentos que hizo (como en aquella
oportunidad, en Pretoria, la de una
cumbre de los “No Alineados”, pro
sovietiza por el cubano, de los años de la
década de los ochenta del siglo XX,
y por ello ya en declinación definitiva)
jamás logro “castristizar” a Mandela,
y de hecho, a medida que este fue
conociendo la trayectoria
totalitario comunista del cubano, empezó a
guardar distancias de aquél, sin
estridencias ni rompimientos, en
reconocimiento de la ayuda en armas
y entrenamiento, que recibiera
de La Habana (©ODD ANDERSEN/EPA, captada de “El País”).
Fue un
maestro de la política servicio, Mandela, combinando su extraordinario carisma pleno
de auténtica humildad, para evitar los excesos sanguinarios de los “poderosos
providenciales”, exterminadores de pueblos, empezando por los propios.
Pudo dominar esa tentación tan enorme de poder, porque supo convertir sus
debilidades en la seguridad que nacía de, y se inspiraba, en una real vocación
de servicio, por la cual nunca dejó de pagar elevados precios, personales y
familiares. Su fórmula: combinar “en sí mismo, principios inflexibles, visión
estratégica y pragmatismo”.
Esto último, ante la complicidad con el “apartheid” (la política de
segregación racial de los afrikáner, la minoría blanca en el extremo sur del
continente africano, por entonces integrado por Sudáfrica y Namibia) de
occidente, por poco más de un siglo, obligó a Mandela y a sus compañeros buscar
la solidaridad y apoyo de los genocidas Castro y Gadafi, incluso de los
colaboradores de seguridad del “Negus”, el sanguinario emperador y opresor
etíope, Haile Selassie, muerto en 1975. Pero Madiba recurrió a ellos sin haberse
subordinado ni aceptado ayuda “revolucionaria” a cambio de adherir a modelos
totalitarios, despóticos, imperiales, etc.
También recibió entrenamiento de combatiente irregular (¿guerrillero?
¿terrorista?), de especialistas del Mossad israelí, y no por ello fue agente
sionista. Siempre optó por el camino más difícil, el del hombre rebelde, el del
combatiente indoblegable de la condición humana. No es imposible que, en las
circunstancias extraordinarias que le tocara vivir-padecer-sobreponerse, haya
incluso incurrido en el crimen del terrorismo. Si lo hizo, su larga y proficua
vida no le permitió expiar tales excesos destructivos, que solo los seres
“humanos” perpetramos. Pero si lo hizo nunca más volvió a practicarlos y ello es
señal irrefutable al menos de arrepentimiento y de auto enmienda, cumplidas
estrictamente, por sentencia de su más temible juez: la propia conciencia, la
de la Justicia natural.
Aprendió que los auténticos líderes de la humanidad no “mandan” no se “imponen”
no recurren a la fuerza ni al terror para ser obedecidos, aunque no pocas veces
deban utilizar la fuerza, no solo en el límite de la legalidad y legitimidad de
la ley, pero nunca haciendo a un lado el valor supremo de la Justicia. Lo son,
los respetan sus pueblo, porque son respetables y coherentes en sus propias
vidas, a todo lo largo, desde lo cotidiano hasta lo político.
Mandela jamás realizó el pacto fáustico con Mefistófeles, en este caso
para llegar al poder. Al contrario, en sus décadas de prisión no incubó el odio
racial ni de clases, y adhirió a la construcción del consenso inter racial y
entre clases, sin lo cual jamás Sudáfrica sería lo que es hoy, sin olvidar sus
cuentas pendientes con sus gentes, pero al menos derrotó al inhumano “aparteheid”,
el de los blancos y el de la retaliación de los negros.
Por eso, cuando estuvo en
el poder, no apenas el gobierno, Mandela, quien ya era Madiba (padre, abuelo,
sabio, justo y tan humano que no carecía de defectos), antes de tomarle el
gusto prefirió alejarse de él para formar un cogobierno inter-racial
negro-blanco, blanco-negro, tarea histórica en la que nunca debemos minimizar u
olvidar la labor de puente institucional entre el pasado y el futuro, desde ese
presente de desafíos tremendos, la tarea de ese gran “afrikáner” de la
transición real que fuera su antecesor en la presidencia, y después, con la
humildad propia de los grandes verdaderos de la historia, uno de sus co-vicepresidentes
ejemplares, el blanco Frederik de Klerk, quien compartiera ese
cargo coyuntural, dadas las circunstancias históricas, con otro gran compañero
de Mandela, Thabo Meki.
¡¡Ambos, Mandela y de Klerk obtuvieron el Premio Nobel de la Paz de 1993,
acaso el que generara mayor consenso mundial, por ser intrínsecamente justo, desde
que empezara a concederse y hasta ahora!!
Mandela-Madiba, amalgama indestructible, la forjó un gran hombre que se
fue construyendo a sí mismo en y hacia los más elevados ideales de humanidad en
sus años de lucha, de persecución y clandestinidad, poniendo siempre su
libertad y vida al servicio del ser humano individuo social que era y por ende
de su sociedad. Y durante sus años de injusto cautiverio, supo aprovecharlos
para llegar a la sabiduría de la bondad, ínsita en el espíritu de cada ser
humano o en el destino que decide forjarse como auténtico tal, y que es el
destello de la luz del Ser Supremo en nosotros. Todos poseemos ese soplo divino
(para quienes somos creyentes), pero debemos descubrirla y apropiárnoslo con
voluntad de acero y de razones razonables y pragmáticas, esto último lo
racional, sin deificar a ninguna escuela, doctrina, ideología. No es sinónimo
de oportunismo.
Estas reflexiones son el resultado de mis lecturas sobre Mandela-Madiba,
entre ellas de la lectura de los trabajos que un gran periodista y escritor
británico contemporáneo le dedicada, convirtiéndose así acaso en el mejor de
sus biógrafos. Se llama John Carlín, cuyo artículo de fondo sobre la muerte de
Mandela, magistral, y tomado de el matritense “El País” digital, ya lo
publicara a raíz de su deceso, y repito el enlace para leerlo: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/03/28/actualidad/1364463433_244316.html
Mandela
(Madiba) fue el último gran y auténtico revolucionario del siglo XX: por eso
supo abandonar a tiempo la tentación totalitaria, comunista en este caso, y
optó por las “insípidas” sociedades abiertas, democráticas, jamás perfectas,
pero perfectibles y al menor costo social e histórico. Esa es la grandeza de
las democracias: no utilizan a los seres humanos como meros medios de muerte y
destrucción, y siempre los consideran en su naturaleza de fines en sí mismos,
no aislados y egoístas.
Es
este mi sencillo obituario para mi tan humano y admirado, jamás endiosado,
Mandela-Madiba, y acaso pago una de mis deudas con él. Y este escrito explica
porqué con Madiba-Mandela fracasaran los esfuerzos sistemáticos y organizados,
para que los neo totalitarios, coetáneos y pos Mandela, se apropiasen de su
figura tan humana y de tan gran trascendencia en la historia de la humanidad, tan
corta en ejemplos de buenos, sabios, sensatos, sencillos y humildes líderes que
optaran por ser servidores de sus pueblos, y desde ahí de la humanidad, y no
convertir en serviles lacayos a sus conciudadanos.
JLSG
Asunción, a domingo 22
de diciembre de 2013
0 comentarios:
Publicar un comentario