Escribe José Luis Simón
G.
A la izquierda,
el periódicamente atrabiliario y prepotente senador “neocolorado carterista”.
Juan Carlos
Galaverna (o Gal-Averno como lo bautizamos, debido a su liderazgo
politiquero,
caudillista-sultanista y autoritario), y a la derecha, el nuevo “rector” de la
UNA,
doctor Froilán Peralta,
muy controvertido ex decano-señor feudal de la Facultad de Veterinaria
por varias
décadas, y aprovechado admirador-partícipe de la dictadura stroessnerista
(1954-1989),
ungido por aquél
para disputar exitosamente un cargo que administra por año U$S 270 millones
del Presupuesto de
Gastos, sabroso asado de tierna tapa cuadril para los paladares
patrimonialistas
y prebendarios gal-avernistas, entre los cuales hay de todas ideologías y
colores.
Con esta exitosamente
pírrica maniobra (y otras, como la defensa corporatista a ultranza
de
parlamentarios politiqueros que deberían haber sido desaforados, para que la
“justicia”
los investigase
por denuncias documentadas de nepotismo y demás irregularidades),
Gal-Averno
vuelve a subir unos puntos desgastantes en la escala de la lucha criolla por la
apariencia maloliente del poder (este se difuminó después
de Stroessner), y cuando la administración “desgubernamental” del presidente
Horacio Cartes se encuentra tan en baja, que en los mentideros políticos asuncenos, desde hace un tiempo ha empezado a hablarse, de nuevo, de otro juicio político, ¡esta vez con complicidad castro-luguista! (Foto, con © www.zanjapyta.com y bajada de Google).
La coyuntura actual
es otro diagnóstico de la crisis de Estado en que se agota la apertura política
de 1989, que tocó techo hace tiempo, y
entró en el “tirabuzón” de la triple debilidad histórica paraguaya (la fragilidad
del ideal democrático en instituciones e inexistentes liderazgos servicio, y un
pueblo que muy lentamente avanza hacia la ciudadanía), en momentos en que la
región, el continente y el mundo están inmersos en tiempos muy nublados, con
algunos tsunami en el horizonte, manifestaciones de la presente crisis de ya de
por sí tan grave desorden internacional, que nos grita ¡La commedia (non) è
finita!, lo que con mucha facilidad puede transformarse en otro cataclismo
mundial, dado el incrementado poder de destrucción en manos de la inhumanidad,
que avanza en todos los campos, oprimiendo a la condición humana que hoy carece
de los estadistas mundiales capaces de detener el mal, primero, para de
inmediato pasar a revertir tal situación movilizando a la Humanidad, jamás
derrotada por completo.
Desde
luego, lo que ahora ocurre en la “una” no es casualidad ni de exclusiva
responsabilidad de Gal-Averno y de su momentáneo escudero Froilán (quien piensa
que a partir de ahora podrá despegarse indemne de la “fraternidad” incinerante
de su verdugo, quien lo “reptorizó” no en beneficio del novísimo catecúmeno-rector,
sino en función de sus propios delirios de poder a cualquier precio), pues el
proceso hunde sus raíces en tantas complicidades politiqueras, de variados
orígenes partidocráticos y movimentistas pos 1989, con lo peor de nuestro
pasado despótico-sultanístico, y que todavía carece tan siquiera de un
liderazgo realmente alternativo, ni siquiera como proyecto en formación. Veamos.
EL DESPERDICIO POLITIQUERO DEL
DERROCAMIENTO DE STROESSNER
El
golpe militar del 2 y 3 de Febrero de 1989, que concluyera con el exitoso y
cruento derrocamiento del autoritario general Alfredo Stroessner, puso fin a su
muy prolongado régimen (1954-1989) de naturaleza unipersonal y de la época de
la guerra fría. Desde sus mismos orígenes golpistas (ejecutados por otros) el
dictador había pisoteado la condición
humana, tan magistralmente evocada por la narrativa del auténticamente
inmortal André Malraux.
Aquel
acontecimiento histórico, estuvo a la
vez “preñado de futuro” y amenazado por el arraigo tan profundo entre
nosotros de las subsistentes napas del siempre excluyente tradicionalismo
patrimonialista paraguayo, desde 1954 con los rasgos propios de un régimen
sultanístico y prebendario de larga duración. Ese desenlace se había estado
gestando en la debilidad proverbial de nuestra sociedad e instituciones
jurídicas y políticas, decapitadas como posibilidad histórica inmediatamente
después del auspicioso Mayo del Paraguay de 1811, el del inicio del proceso
independentista. Entonces el verdugo fue el inicial “despotismo republicano”
que nos condujera, inexorablemente según Cecilio Báez, al Armagedón de 1864-1870, el del trágico aut vincere aut mori, la versión paraguaya del Apocalipsis
del evangelista San Juan. De los restos de la Patria todavía humeantes iría a
nacer una muy peculiar “república liberal”, en la que constituyeron auténtica
excepción las breves etapas de acercamiento sistemático del país real al legal.
En el Paraguay, de aquella época, y desde el inicial constitucionalismo, apenas
formal, lo que ya era un inmenso paso histórico, nunca pudo concretarse el
avance decidido hacia un verdadero republicanismo democrático, entendiendo por
tal a uno de los regímenes del Estado de derecho surgido de las ideas de la
ilustración y plasmado inicialmente en las revoluciones Americana y Francesa y
sus correspondientes procesos político-constitucionales.
El
golpe militar del 2 y 3 de Febrero de 1989, sin ninguna duda fue un auténtico
parteaguas histórico que instaló políticamente al Paraguay en el siglo XX, muy
tardíamente y con no escasas limitaciones, por cierto. Fue todo el inevitable
resultado derivado de los condicionantes históricos líneas arriba recordados,
que ayudaron a configurar una sociedad que, en lo fundamental e incluso hasta
el presente, y a pesar de las sacrificadas luchas libertarias de sucesivas
generaciones de sus hombres y mujeres, mayoritariamente se mantiene reacia a
proponerse en serio la edificación de un Estado de derecho democrático, el
espacio jurídico y político de la sociedad
abierta de Karl Popper, preanunciado como la forma legal de dominación desde la plasmación teórica y metodológica de
la sociología, el monumental aporte de Max Weber para la constitución autónoma
de un nuevo campo de conocimiento.
Sin
ninguna duda, y más allá de las intenciones, en mucho hemos demostrado
incapacidad quienes, desde la pluralidad de generaciones de compatriotas, que
recorren toda la historia nacional, aún no hemos logrado convertir en
auspiciosa realidad, y mejor futuro, la siempre postergada combinación de la
utopía con la ética de la responsabilidad política. Es hora de repensarnos
autocríticamente, desde nuestras individualidades y como integrantes de la
sociedad paraguaya en su propia historia, para incorporarnos al bullente e
inestable sistema mundial y sin ningún fatalismo interno o externo, para que
nuestros intereses nacionales dejen de ser siempre la variable de ajuste de las
ambiciones vecinas de aspirantes a imperialismos vecinos, últimamente
ideologizados en el disfraz del totalitarismo comunista, supérstite solo en un
par de países destrozados (Cuba y Corea del Norte), que se llamó “socialismo
siglo XXI”, ahora incluso en proceso de crisis terminal.
En
fin: el 2 y 3 de Febrero concluyó la crisis terminal del autoritarismo
stroessnerista, en su parte visible, al menos, con el obligado abandono del
país al que inevitablemente se había hecho acreedor el general Stroessner, a lo
largo de sus casi treinta y cinco años de reinado autocrático, cada uno de
ellos annus horribilis y no mirabilis. Gracias al acontecimiento el
Paraguay pudo incorporarse al proceso regional de transición a la democracia e
integración, ambos hoy tan viciados, y el último desde su ostentoso bautismo
como Mercado Común del Sur, y nacido
Tratado de Asunción entre las partes contratantes, en 1991, en la ciudad
epónima. Lo acabado de recordar y no pocas cosas más fueron hechas desde la
futuridad del 1989 paraguayo, año que lo es también de las crisis terminales del Chile del autoritarismo
pinochetista y del sistema
totalitario soviético que no pudo
sobrevivir a la catastrófica ingeniería social (la del Gulag) que le diera origen en 1917. Muy lamentablemente, por
cierto, aquella ventana paraguaya a la historia, tardíamente abierta,
estuvo comprometida en sus inicios por
nuestros propios tiempo y actores, y
por eso tampoco pudimos aprovechar de manera plena la oportunidad que abría el
contexto internacional de la inmediata posguerra fría, que por entonces se
estaba inaugurando en el mundo, entre muchas cosas más a objeto de prepararnos
para la realidad de la globalización, ya de por sí arrolladora para las
sociedades del Estado nacional westfaliano,
mal que bien sometido este al ordenamiento del cada vez más debilitado y
quebradizo Derecho internacional, mientras persiste la desregulación casi total
del sector financiero mundial hoy con la ventaja de la sociedad en red. Esta
profunda asimetría normativa y sociológica ya costó al mundo la crisis
financiera de 2007, convertida después también en económica, y más
recientemente en la crisis fiscal norteamericana que amenazara con derrapar en
una cesación internacional de pagos y en la correspondiente guerra comercial de
todos contra todos. Un fantasma recorre el planeta: el de la sensación, casi ya
convertida en realidad, de la anomia mundial.
Aquél
año de la esperanza, el de 1989, lo fue también el de tantas promesas
incumplidas, por las deserciones. En grado de responsabilidad, primero la del
liderazgo claudicante y sin contenido de pensamiento crítico y de actualidad,
que corroía, como lo hace hoy, a la variedad de fuerzas políticas con
representación parlamentaria, todas lógicamente autoproclamadas democráticas,
sin serlo necesariamente ellas ni sus populistas y vocingleros líderes, los de
los “partidos de patronazgo”. En segundo lugar, en modo alguno debe ser
olvidada la responsabilidad de una sociedad anestesiada por el miedo y por el
acostumbramiento impuesto al anti contrato social del “consenso pasivo”, el del
miedo, último peldaño que puede conducir al totalitarismo de cualquier signo.
Para
los protagonistas del golpe de 1989, se trató de una auténtica “revolución”.
Para gran parte del liderazgo democrático del Paraguay el golpe fue el inicio
local de la transición a la democracia. Coincidieron en esta interpretación la
mayoría de los científicos sociales paraguayos. Casi uniformemente la tesis
resultó aceptada urbi et orbi por
actores políticos, académicos, empresariales, sindicales, religiosos, etc., y
también por parte considerable de la gran prensa mundial, incluyendo a
formadores de opinión e intelectuales, y a líderes de derechos humanos, así
como por directivos de las más importantes organizaciones internacionales,
gubernamentales y no gubernamentales. Muy pronto hubo consenso en la
interpretación del golpe como uno de naturaleza aperturista en lo político, y
gestado y ejecutado “desde arriba”, por el entonces más influyente sector
militar desprendido de la dictadura stroessnerista, algo que en modo alguno
puede ser considerado apenas como un dato más.
Ahora
bien dejando de lado el problema de la caracterización del 2 y 3 de Febrero, y
otras cuestiones a ello vinculadas, directa o indirectamente, lo cierto es que
a partir de entonces y gracias al golpe, los paraguayos también empezamos a
recoger algunos frutos de décadas de luchas democráticas infructuosas, que
entre sus reivindicaciones centrales habían planteado el ejercicio de las
libertades de pensamiento y de su expresión, de acuerdo con los valores e
instituciones propios de las sociedades abiertas.
Pero
más grave que el sacrificio de los principios y de la propia memoria histórica
de luchas por la democracia en el Paraguay fue el resultado que la coyuntura
tuvo hacia adelante. El régimen autoritario duraría hasta 1989, pero sus raíces
todavía penetran nuestra tierra y horadan su futuro, más allá del devaneo ilusorio
de muchísimos, y de la ambición sin límites de no pocos.
Así,
de los polvos aportados por las inconsecuencias con el ideal democrático, y de
las traiciones a él y en su nombre, en pleno 2014 todavía continuamos hundidos en
el lodo totalitario del stroessnerismo, solo que con un modelo infinitamente
más perverso, en materia de desgobiernos y de la corrupción sistémica
acrecentada. Si todavía sobreviven las libertades, derechos y garantías
fundamentales y no ingresamos a una fase de terrorismo de Estado, es porque
todavía no hizo falta. Y como era de suponer, tenemos ya el desafío de la banda
narcoterrorista del mal autodenominado Epp (Ejército del Pueblo Paraguayo), y
las amenazas locales y regionales del castrochavismo, que si bien caminan hacia
su crisis terminal, todavía pueden generar grandes daños a la Patria paraguaya
Humanidad. Es que la apertura no dio paso a la verdadera transición, para que
esta se convierta en la sólida base de implantación de las relaciones propias
del Estado de derecho democrático, en beneficio de la nación toda. Sin esto
resultará imposible llevar a cabo las transformaciones sociales y económicas
que nos urge realizar desde mucho atrás, en pos de un crecimiento económico sin
excluidos condenados a serlo por siempre jamás, y que respete los números
macroeconómicos sin olvidar la economía de la vida cotidiana.
En
sociedades sin memoria como la nuestra, y todavía con enormes incrustaciones
autoritarias en su cultura, es mejor equivocarse por exceso de reiteraciones de
nuestros males, que incurrir en inapropiados y malamente púdicos y cómplices
silencios.
Es
oportuno recordar aquí lo que escribiera Weber (en “La política como profesión”
[Politik als Beruf ], en 1919), en un
largo párrafo donde argumenta, el autor de “Economía y sociedad”, que “[…]la política es precisamente una dura y lenta penetración en un material resistente,
y para esto necesita a la vez pasión y mesura. Es una verdad probada por la
experiencia histórica que en este mundo sólo se consigue lo posible si una y
otra vez se lucha por lo imposible. Pero para esto el hombre debe ser tanto, un
dirigente como un héroe. E incluso los que no son ni dirigentes ni héroes deben
armarse con esa fortaleza de corazón que capacita para tolerar la destrucción de toda
esperanza; en caso contrario, ni siquiera se logrará realizar lo que
actualmente es posible. Sólo tiene vocación para la política el
que posee la seguridad de no quebrarse cuando, en su opinión, el mundo resulte
demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece. Solo tiene
vocación para la política (y la ciencia)
el que frente a todo esto puede responder: ‘Sin embargo’ […]”.
Posdata 1: Al inicio se
habla de “Honorio Causa”, el nombre de una muy buena y durísima sátira, escrita
y firmada por un dramaturgo y comediante popular compatriota, don Julio
Caorrea, en contra del entonces dictador general Higinio Morínigo, quien
abriera las puertas del regreso al poder de los colorados, como lo hicieran al
alimón los errores e inconsecuencias de los sectores democráticos y
antidictatoriales paraguayos. Invitado por la administración Roosevelt a
visitarlo en Washington, D.C., en 1943, en el marco de la política bélica
antinacionalsocialista del gobierno de ese gran estadista en la II Guerra Mundial,
Morinigo viajó también para restablecer el relacionamiento bilateral entre
ambos países, que había comenzado siendo ministro plenipotenciario del Paraguay
ante la Casa Blanca, el general José Félix Estigarribia, quien en 1939 ya
preparaba su equipaje para regresar al Paraguay en calidad de candidato
presidencial de los liberales, impuesto a ese grupo partidario por un grupo de
sus jóvenes colaboradores, todos intelectuales de nota y que lo conducirían a
su Waterloo politiquero, el del autogolpe de febrero de 1940 que traía en su
mochila la carta política antidemocrática de ese año. La estadía de Morínigo en
Estados Unidos no se limitó a la capital norteamericana, pues también tuvo una
agenda oficial en otras ciudades, que incluyó a Nueva York, en la cual (y, muy
probablemente, a sugerencia del Departamento de Estado, para congraciarse
servilmente con el dictador paraguayo), nada menos que la ¡Universidad jesuita
de Fordham! le otorgó el Doctorado Honoris Causa, y por si fuese poco, en
Derecho, que nos exige abrir un proceso en esa importante casa de estudios
superiores, de la costa este norteamericana, para lograr que se le case tan
inmerecida distinción al ya fallecido ex dictador paraguayo.
Posdata 2:
Escribo
este artículo en la primera de las manifestaciones de mi condición humana, que
es la del ciudadano, es decir, en mi carácter de uno de los soberanos
constitucionales de nuestro tan precario republicanismo. Y puesto que hasta hoy
me desempeño como profesor-investigador del Rectorado en el ámbito de su muy
competente y exitosa Dirección General de Posgrados y Relaciones
Internacionales, soy consciente de que esta toma de posición me costará una
inmisericorde persecución y expulsión de la una [en minúsculas], pues en la UNA
desde hace algo más de dos décadas, dentro de los límites de mis modestas
posibilidades, también creo haber estado haciendo mínimos aportes en materia de
educación superior, a partir de que el histórico buque insignia de nuestro tan
deplorable sistema universitario, y educativo en general, iniciara su apertura
al debate pluralista y libre, como exige la labor docente, académico-investigativa
y científica. Ese nuevo derrotero pos 1989 se inició con las administraciones
de los dos últimos y sucesivos rectores, primero con los lentos pero aireadores
pasos del Rector doctor Darío Zárate Arellano, que tuvo una continuación
progresista y sostenida, en realidad un gran impulso, bajo el rectorado que
ahora culmina, el del ingeniero Pedro González, quien entre varios logros más, se
ocupó de reinsertar a la UNA en la red de las grandes universidades públicas de
América Latina y relacionarla con importantes centros de estudios superiores de
los países más avanzados del mundo. En materia de lucha por restituirnos la
perdida condición humana, siempre hemos sostenido, y cumplido nuestra palabra,
de que no hay precio que nos negaremos a pagar siguiendo aquél pensamiento, del
intelectual y político británico, liberal tradicional, del siglo XVIII, Edmund Burke, según el cual: "Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada". Algo válido incluso para quien como el suscrito no se considera un hombre "bueno", pero que por lo menos no hace el mal deliberadamente, con la voluntad de hacer daño a un semejante, y que cuando perpetra un acto tal al menos se arrepiente de ello y busca reparar sus efectos perniciosos. apenas se haya dado cuenta de haberlo cometido, ya sea "motu propio" o advertido por la persona perjudicada u otra.
JLSG
Asunción, a viernes 2 de
mayo de 2014
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